Imaginación política en la democracia neoliberal

Irmgard Emmelhainz

Publicado el 2019-03-17

1. ¿Qué es la imaginación política?

Podríamos definir imaginación política como la capacidad de creación de significado compartido y la transmisión de tradiciones, para dar sentido y marco de existencia a un “mundo” que pueda ser el sustrato de un entramado de subsistencia en común. Teniendo esto en cuenta, consideremos que la matriz de la imaginación política contemporánea es el Estado moderno. El Estado moderno es un esquema conceptual del ejercicio del monopolio legítimo del poder sobre un área geográfica determinada, a través de un aparato administrativo reconocido por otros Estados. En la imaginación política moderna, el Estado ejerce poder por encima de la sociedad, y produce un mundo de significado compartido que expresa la “esencia” de una comunidad imaginaria. En el México moderno, la esencia de lo mexicano se expresó en un imaginario que ligaba a la revolución con la identidad nacional y el estado de bienestar; el nacionalismo también se expresó en el devenir ciudadano de los indígenas que se incorporaron a las estructuras materiales y simbólicas del Estado habiendo superado el “subdesarrollo premoderno” que los caracterizaba.

Parte esencial de este esquema es el imaginario de la revolución, la forma moderna de corregir las aberraciones del poder político y enderezarlo hacia un orden ideal; este imaginario político de la “toma de poder”, prevaleció desde el desmantelamiento de las monarquías europeas, los movimientos de descolonización y las guerrillas urbanas y rurales, y fue alimentado por valores iluministas, anti-capitalistas y socialistas hasta el fin de la Guerra Fría. Las aberraciones totalitarias y autoritarias de los Estados modernos con las que culmina la Guerra Fría, le abrieron la puerta a la democracia, una forma de organización e imaginación política a la cual aspiramos en el mundo globalizado. La democracia se constituye a partir de la abstracción de la autoridad elegida por medio de la expresión directa de la voluntad del pueblo. Más allá del carisma de un caudillo exitoso o de un gobernante dinástico, la premisa de la democracia no es que haya un agente político con derecho ‘natural’ o que esté predestinado al poder, sino que los ciudadanos son la fuente de soberanía, y que transfieren su poder al Estado a través del voto. De ahí a que uno de los principios más importantes de la democracia sea establecer límites institucionales al poder, acotado también por el antagonismo entre los partidos políticos y por la participación de la sociedad civil, materializada en el voto y las voces disidentes que ejercen libertad de expresión en los medios masivos de comunicación y en la calle. 

Bajo el esquema del imaginario político de la democracia, el poder se puede limitar, reformar o mejorar y deshacerse de la corrupción por medio de mecanismos institucionales e institucionalizados provistos por el sistema para este efecto. De este modo, se sustituye el imaginario político del “afuera” revolucionario que toma el poder en la que el pueblo se emancipa, por el principio de la posibilidad de reajuste o reforma desde adentro del sistema por medio del antagonismo.

2. Imaginación política democrática y neurototalitarismo

En nuestras democracias, la imaginación política funciona procesando materiales dentro de un campo de fuerzas sensible constituido por factores internos y externos, hechos reales y la interpretación hegemónica o contra-hegemónica de estos hechos. Franco Berardi ha llamado a este campo de fuerzas sensible la “infoesfera”, la cual reúne los signos, símbolos, imágenes e información que circulan en medios masivos de comunicación, redes sociales, cultura y psicoesfera. Como lo tenían hace 30 años los medios de comunicación, la infoesfera tiene ahora un papel clave en el funcionamiento de las democracias. A finales de los 1980s, Noam Chomsky acuña el concepto de “consenso fabricado” para describir la manera en la que funciona la propaganda bajo la democracia, claramente opuesta a la propaganda totalitaria o autoritaria, la cual funciona imponiendo una verdad única desde el poder. Sin censurar y promoviendo libertad de expresión, fabricar el consenso implica estrechar los debates políticos excluyendo todo aquello que pueda poner en duda los intereses de mercado o del Estado, limitando los debates a los polos del status quo. Hay que notar que entra en juego en este esquema una casta de “expertos” y “opinionistas” que guían la “opinión pública” de lo que Chomsky llama “rebaño desconcertado” que es el pueblo. 

En la infoesfera, la tecnología le da aún más poder a los medios produciendo consenso que analizó Chomksy, ya que la infoesfera actúa directamente sobre nuestra mente y afectos. Bifo nota como pasamos más y más tiempo existiendo en la esfera digital  como fantasmas electrónicos plasmando nuestra actividad mental en las redes, misma que se nos regresa en bucle para enjaular, por medio del aislamiento, estandarización, distracción y saturación de la atención, posibles alternativas a la imaginación política democrática(1).  Bifo llama a esta digitalización de la experiencia vivida y su simulación con estimulaciones estandarizadas: “neurototalitarismo”. En el neurototalitarismo, la fabricación del consenso toma una forma mucho más sofisticada e intrusiva, ya que se fabrica a la medida de cada usuario, llegando a penetraran  su vida cotidiana. Es bien sabido que los algoritmos de interfaces como Google y Facebook nos alimentan contenidos determinados a partir de nuestras propias creencias y sensibilidades políticas. Google y Facebook saben lo que vemos y por lo tanto, lo que necesitamos y queremos saber; así, refinan continuamente el contenido que nos lanzan para adaptarse mejor a nuestras necesidades individuales. Si Chomsky define la fabricación de consenso como verdades que cuentan realidades acotadas artificialmente en los medios de comunicación de tal manera que favorecen al poder, bajo el neurototalitarismo, éstas verdades parciales se distribuyen a la medida de cada usuario. El poder actúa seleccionando, excluyendo y diseminando eventos que estructuran el presente que percibimos, aplicando una posibilidad de realidad entre muchas, haciendo otras invisibles.

Si entendemos a la imaginación política como la capacidad de creación de significado compartido de las aglomeraciones humanas para darle sentido a un mundo y organizarse en aras de la subsistencia de sus miembros, algunos de los efectos del neurototalitarismo en la imaginación política son: primero, fragmentación y polarización extrema en el paisaje sensible. Segundo, confusión entre el horizonte de posibilidad política y el horizonte de deseo colectivo (por ejemplo, las consignas, “acabar con la corrupción”, “hacer consultas y referendos para los megaproyectos” o “sacar al ejército de las calles”); tercero, dificultad para discernir entre enunciación de una postura política, y la acción política real, por ejemplo, la campaña? #YoPrefieroelLago. (2). [¿Cuál lago?] Cuarto, esquizofrenia y más disociación entre disposición crítica, gesto simbólico, postura política y vida cotidiana. Por ejemplo: denunciamos el hambre en África pero tomamos café en Starbucks y todos usamos Smartphones y laptops hechos con coltán, el metal que es la principal causa de conflicto en países como Etiopía y Mozambique. Finalmente, la fragmentación e individualización del paisaje de la imaginación política crean un espacio negativo en el cual los gestos radicales están imposibilitados para tener sentido más allá de las burbujas que les dan un contexto: arte, la discusión en un thread, un documental, colectividades efímeras; la consecuencia es que dichos gestos o discusiones sean transitorios e insignificantes a corto, a mediano y largo plazo porque ocurren en la temporalidad de la inmediatez.


3. Nostalgia por la “narrativa única”

Irónicamente, el deseo o necesidad colectiva de una narrativa única de aglutinación imaginaria no ha desaparecido, sino que se revela como una matriz de pensamiento o filtro de la realidad. Para el caso de México, Oswaldo Zavala explica el funcionamiento y la relevancia de las narconarrativas en el imaginario cultural y político de esta época, las cuales se gestaron a partir de la cercanía entre periodismo y literatura (añadiría: arte y cine) para fraguar un imaginario popular que se originó en fuentes oficiales. Cito a Zavala: 

“El Estado mexicano construyó una matriz discursiva que impuso las reglas de enunciación del léxico y las funciones narrativas que invocan la noción de ‘narco’. En la narrativa oficial, la violencia que acecha el país desde hace casi dos décadas, se atribuye a agentes no-estatales que desafían la infraestructura de Estado desde imperios criminales globales invencibles”.(3) 

Zavala subraya la enorme brecha que existe entre la significación simbólica de la narcoliteratura en el imaginario político en México, y la materialidad real del narco, es decir, el alcance real del poder de los cárteles y sus capacidades de desestabilizar al Estado y a sus instituciones (que no es para tanto). 

Además, según investigaciones recientes de periodistas y académicos, las formas de violencia que se ejercen en México desde 2006, más que atribuibles a los entes abstractos del “narco” o “crimen organizado”, constituyen una nueva forma de paramilitarismo y contrainsurgencia subcontratados que están beneficiando al sector privado y a corporaciones trasnacionales. Es decir, organizaciones criminales como Los Zetas o Guerreros Unidos, son el vehículo a través del cual los intereses económicos del Estado y de las corporaciones están siendo asegurados(4). De acuerdo con Dawn Paley, por ejemplo, la llamada “Guerra contra las drogas” es en realidad una forma intensificada de “doctrina de shock”(5) que toma las formas de una guerra civil y de desaparición forzada(6), para generar pánico y terror y desplazar poblaciones urbanas y rurales generando cambios en la propiedad de la tierra facilitando la explotación de recursos(7). Bajo esta lógica, la violencia no es el resultado de la llamada “Guerra contra las drogas” porque no es una lucha entre o contra los cárteles, sino que es generada por grupos armados atacando ciudadanos con el objetivo de reforzar su control sobre sus territorios, perpetuar terror y facilitar proyectos de infraestructura concesionada y extracción de recursos por corporaciones trasnacionales. Un ejemplo donde se observa claramente este patrón es la zona de la Cuenca de Burgos, que abarca Nuevo León, Coahuila, Tamaulipas y el Norte de Veracruz, cuyo subsuelo contiene la cuarta reserva mundial de gas esquisto – que está conectada con la del subsuelo de Texas – y que es un territorio controlado por completo por los Zetas a través de extorsión, desaparición forzada, creación de pueblos fantasmas e instalación de compañías de extracción de gas esquisto. En el caso concreto de México, las instituciones gubernamentales son responsables de la violencia al no intervenir y garantizando impunidad. No hay más que teclear en el buscador de internet: “San Miguel de Áquila”; “Valle de Juárez”; “El Porvenir”; “Práxedis”; “Carrizalillo”, y toda la información y testimonios están allí.


4. Estado fallido o capitalismo gore

En conjunto, la violencia real y simbólica diseminada en el campo sensible generan pánico y ansiedad, despolitizan la guerra, justifican la militarización del país y el estado de excepción permanente. El mensaje principal que transmiten las narconarrativas es que el Estado ha sido rebasado por los poderes transnacionales del narco y que por lo tanto no es soberano en su territorio. Pero en realidad, el “Estado fallido” no es otra cosa que la ruptura de la maquinaria del Estado-nación con los ciudadanos y su puesta al servicio del capitalismo absolutista: los cuerpos precarizados, asesinados y desaparecidos, son la materia prima para la acumulación del capital. El capitalismo opera a través de la racialización, haciendo a los jóvenes y a las mujeres (pobres e indígenas), vulnerables a la explotación y desaparición. Primero se catalogan como desechables y reconvertibles (como poblaciones sujetas a proyectos de ‘modernización’ y urbanización); al “modernizarlas”, se degradan sus formas de vida y de ganarse la existencia. Así, la maquinaria de despojo y extracción capitalista crea poblaciones redundantes, un excedente de población que o es condenado a desaparición forzada, encarcelamiento masivo, narcoviolencia, masacre o al suicidio. Ya que estamos hablando de racialización de las poblaciones, porque de hecho sus territorios tienen más valor que el trabajo de los cuerpos que los habitan, podemos hablar de genocidio, de una limpieza social en curso. 

Hay que considerar también, que otra de las funciones que tienen las narconarrativas es la privatización de problemas políticos y económicos que en realidad son colectivos. Es decir, la mayoría de las narconarrativas diseminan historias personales que los plantean como ordalías singulares: La jaula de oro, Mis Bala, Sabina Rivas, Heli, por ejemplo. En su conjunto, transmiten el discurso del sálvese quien pueda o el rasquémonos con nuestras propias uñas neoliberales, creado una nueva figura: la de la “víctima de (la indolencia del) Estado”; un figura homogénea no diferenciada en términos de raza, género o estrato social.


5. “Fue el Estado”

Uno de los efectos de la ubicuidad de las narconarrativas en el imaginario político de México, es la percepción general de que somos gobernados por un estado fallido. Esta percepción surge por un lado, de la experiencia colectiva del desmantelamiento progresivo del estado de bienestar a partir de las políticas de austeridad y de privatización operativas desde la década de los ochenta que nos trajeron precariedad y violencia. Por otro lado, se arraiga en la actualidad de la corrupción sistémica de los actores políticos e instituciones públicas del país. Percibimos por lo tanto a un Estado fallido que nos gobierna a partir de derroche de fondos públicos, omisiones, indolencia, falta de acción y conflictos de interés. Recordemos que la presidencia de Peña Nieto se caracterizó por una sucesión constante de escándalos de corrupción, desde la “Casa Blanca” que la pareja presidencial había comprado en casi siete millones de dólares a uno de los principales contratistas del gobierno, hasta las groserías que le hacía el presidente a su esposa en público o Ayotzinapa, Tlayaya, la fuga del Chapo, el avión presidencial o los peñabots. Así, en el imaginario político coexiste la narrativa oficial del narco con la idea que el Estado es el enemigo de sus ciudadanos. Me viene a la mente, la serie de Amazon Prime Un extraño enemigo que se estrenó el año pasado para conmemorar los 50 años de la masacre de Tlatelolco y que cuenta la historia de cómo el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz plantó una estrategia de contrainsurgencia en el seno de la UNAM para desmantelar al movimiento estudiantil por medio de intriga, propaganda y represión. Ya sea por autoritario o corrupto, Tlatelolco consagra  al Estado como el enemigo principal de la ciudadanía y a la acción cívica, como dijo Javier Sicilia, en “jalarle las orejas a los funcionarios federales para que funcionen las instituciones (del Estado)”. En esta narrativa, el Estado se convierte en un ente abstracto y homogéneo responsable de todos los males que acechan al país: desde los crímenes de desaparición forzada, inseguridad alimentaria, escasez de agua y combustible y hasta la crisis medioambiental que reafirma el ‘sálvese quien pueda’ neoliberal. La percepción de que todo es culpa del Estado, se materializó también en la consigna principal de la campaña para perforar la “verdad histórica (que fue el narco)” diseminada por el gobierno en aras de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa en 2014: “Fue el Estado”. Para entender lo que ocurrió en Ayotzinapa, sin embargo, es crucial no sólo comprender la magnitud de la presencia y devastación de las compañías mineras en Guerrero y los efectos de la extracción en las poblaciones, sino también la historia de la comuna agraria y guerrilla rural de Guerrero y la continuidad de la lucha de los pueblos indígenas y las guerrillas en los movimientos de defensa del territorio. Claramente, lo que está detrás de Ayotzinapa no es la narcoguerra sino un conflicto político en el sentido de la erradicación de una amenaza de organización popular y comunal, a la cual el Estado responde con violencia.

Teniendo esto en mente, la consigna “Fue el Estado”, como apunta Bruno Bosteels, engloba una reacción moralizante frente a la impunidad y corrupción y a la victimización y desubjetivación política como la única manera de simpatizar y expresar solidaridad con los normalistas. Es decir, la consigna “Fue el Estado” carga una acusación que victimiza a los desaparecidos, privatiza sus problemas y niega su lucha por la defensa de la educación normalista y por la defensa territorio en la región y a nivel nacional. En vez de haber presentado a los estudiantes como sujetos en lucha, la percepción general fue que fueron: “víctimas de las circunstancias”. En este contexto, se establece forzosamente empatía porque los estudiantes (y sus padres) cumplen con los requisitos de la verdadera victimización por el Estado lo cual confirma su pureza moral: blanqueados y neutralizados, pasan de ser amenazas insurgentes, a víctimas de violencia de Estado. La consigna es síntoma de lo que Bosteels llama “fetichismo de Estado”, que refuerza al poder central estatal obviando otras dinámicas de poder, violencia y racialización que constituyen al paisaje neoliberal. Por ejemplo, el papel que tienen corporaciones nacionales y trasnacionales, la financialización del capital, la automatización y digitalización de la infraestructura que le da forma a nuestra existencia, la destrucción de la sustentabilidad por la agroindustria, y la variedad de actores privados que tienen mayor agencia que el Estado en la actual situación económica, política, social y medioambiental del país, incluyendo nuestra – nosotros los ‘ciudadanos’ habitantes de enclaves urbanas privilegiadas – profunda inmersión en los procesos de despojo y destrucción globales. 

Vale la pena evocar aquí el llamado de Michel Foucault en 1978 a repensar al poder no como un punto que irradia poder sino gestado a partir de complejas relaciones de fuerza que atraviesan y configuran nuestras formas de entender lo político y a todo lo que atañe a la política. Foucault define las relaciones de fuerza como procedimientos extra-legales – como la racialización – que funcionan ajustando a los cuerpos y a los comportamientos a ciertas normas para hacerlos visibles o invisibles de ciertas maneras. Lo que ocurre con el “fetichismo de Estado”, es que hace crecer al fantasma del poder central del Estado, lo cual nos impide ver la brecha real que existe entre el gobierno (partidos, elecciones, instituciones, tecnócratas) y las actuales relaciones de poder que nos gobiernan y le dan forma a nuestras vida y formas de ganarnos la vida de acuerdo con los intereses capitalistas de organizaciones de comercio y corporaciones trasnacionales. En el actual sistema neoliberal y democrático, el poder ya no se aloja en instituciones o personas concretas, sino que se esconde en la infraestructura (carretera, supermercados, software, redes de fibra óptica, proveedores corporativos de energía y agua) y se materializa en arreglos espaciales, configurando un mundo impersonal y privado de auto-regulación en nuestras burbujas individualizadas en la infoesfera, en las que predomina el imaginario político de fetichismo de Estado.

Bajo el fetichismo de Estado, la denuncia de la ineficacia, corrupción e indolencia del gobierno, está sirviendo como elemento de aglutinación de la sociedad civil; el problema es que en vez de exigir el cese del despojo, explotación territorial y catástrofe medioambiental, los ciudadanos se unen a partir del ideal democrático para exigir que el gobierno “funcione”. Con el ejercicio de los derechos ciudadanos dentro del imaginario democrático, olvidamos que las estructuras políticas están de facto, completamente disociadas de las económicas, como lo están los problemas políticos reales, de los escándalos mediáticos que generan parálisis, shock e indignación. La disociación de la realidad política y económica, se debe también a un doble movimiento en el que la hegemonía cubre verdades (la economía del libre mercado y sus efectos) mientras que envía mensajes represivos y preventivos (in)directos a la ciudadanía (Ayotzinapa).

Sin lugar a dudas, los entramados autónomos de subsistencia están siendo destruidos por las políticas del Estado no porque el Estado esté adulterado, sino porque está al servicio del capitalismo. De ahí a que el Estado contribuya a generar poblaciones desechables que carecen de la posibilidad de incorporarse al sistema como consumidores, trabajadores, deudores o productores. Para entender esto, es necesario considerar que la tendencia del capitalismo global es hacer que 20 por ciento de la población sea dueña de la tierra; que 20 por ciento de la población, genere 80 por ciento de las ganancias; por lo tanto, el 80 por ciento de la población se hace irrelevante, sin función, uso y sin maquiladoras o trabajo precario que los puedan absorber.

6. El “buen” Estado o la democracia funcional

En la actual coyuntura, se hace clara la práctica de consenso manufacturado si notamos que la presidencia de Enrique Peña Nieto podría considerarse como un fallo estratégico en el sentido de desconocimiento de “lo que quería el pueblo”: todo México rechazó al burdo presidente salido de la pantalla de Televisa envuelto en la ya mencionada sucesión de escándalos y que fue sucedido por una presidencia afín al ideal de transición democrática en todos los sentidos: resultó del funcionamiento “adecuado” del sistema electoral que reemplazó al monopolio autoritario del PRI. Es decir, después de cuatro elecciones, “ganó por fin por quien votamos”, marcando un momento de ruptura en el que en nuestro imaginario político, el ascenso de Morena al poder significó que el Estado fallido o adulterado no sólo se enderezaría (porque triunfó la democracia y sobre todo, porque triunfó la izquierda), sino que la misión de Morena se convirtió propiamente en enderezar al Estado. De ahí que el gobierno de AMLO comenzó estableciendo políticas para eliminar la corrupción; por ejemplo, promoviendo austeridad gubernamental cambiando la simbología del poder de la ostentación para imponerse, a “servir a los ciudadanos” desdeñando los símbolos de poder Estatal, como la residencia oficial y el avión presidencial. 

Pero mientras que el actual imaginario político nos hace sentir que el triunfo del sueño democrático nos ha por fin liberado, vemos cómo la imaginación política empieza a empaparse de un moralismo maniqueo; tal y como se implantó un “Eje del mal” luego de los ataques del 11 de septiembre en 2001 para justificar la invasión de Irak por Bush junior, el imaginario político del gobierno de López Obrador se basa en una distinción maniquea entre el bien y el mal: los “chairos” son buenos y los “fifí” y la “mafia en el poder” son los malos. En este régimen, los mexicanos “buenos”, serán premiados con trabajos, becas e incentivos; los mexicanos malos pagarán, por ejemplo, quemándose, como las 130 personas que murieron el 18 de enero en Tlahuelilpan Hidalgo por ordeñar un ducto de combustible y “causar estragos en la economía nacional”, o enjuiciados, como los ex presidentes de México.

Las acciones que ha tomado AMLO desde el comienzo de su mandato lo han colocado como un agente moral genuinamente admirable que actúa implementando sus intuiciones para mejorar al país. En este modelo particular de consenso fabricado, AMLO asigna valor a la lucha contra ciertas formas visibles del mal, presentándonos situaciones como si fueran urgentes. Por ejemplo, el cierre de la Colonia Penal Federal Islas Marías para transformarla en un centro para las artes, la cultura y el conocimiento del medio ambiente. Esta prisión Federal, fundada en 1905, es emblemática en el imaginario político del siglo pasado por haber encerrado a comunistas y guerrilleros, entre ellos, el activista y escritor José Revueltas (condenado por comunista en la década de 1930), y Ramón Mendoza, uno de los grandes guerrilleros de la sierra de Chihuahua que estuvo prisionero allí en los años sesenta y en cuya historia se inspiran dos novelas de Carlos Montemayor, La Fuga (de las Islas Marías) y Las armas del alba. Al decretar el cierre de Las Islas Marías, AMLO aprovechó para expresar una postura abolicionista; pero si hacemos un poco de memoria, recordaremos que Felipe Calderón abrió al sistema carcelario federal al esquema de participación público-privada; desde 2010 tenemos más cárceles, más alejadas de los centros urbanos con edificaciones más grandes que las estatales de alta seguridad, con más prisioneros sirviendo penas más largas y severas. La privatización del sistema carcelario de México ha implicado que decisiones que deberían ser tomadas desde las políticas públicas, ahora están corrompidas por intereses económicos privados y está comprobado que la amplitud de oferta de espacios carcelarios ha generado una demanda artificial (8). El simulacro de abolicionismo de AMLO al clausurar las Islas Marías, sin embargo, tocó afectivamente a la izquierda cultivada del país, un gesto afín al simulacro de toma bolchevique de Los Pinos del 1 de diciembre. Gestos como éstos, tocan botones emocionales en la clase media urbana educada y politizada con sensibilidad de izquierda, como lo hizo también el reciente escándalo de los nombramientos del CONACYT. El escándalo se generó cuando se viralizó la noticia que un joven sin estudios completos, arete y playera sin mangas gana un sueldazo; que una “modista” fue nombrada a una secretaría del CIBIOGEM y que una “vendedora de lencería” ocupa un cargo administrativo en la SENER. El trasfondo del escándalo era un posible conflicto de interés o nepotismo al haber sido nombradas estas personas que “no tenían estudios ni cualificaciones para sus puestos”; el escándalo tocó directamente las fibras emocionales de clase media de profesionistas precarios y mal pagados quienes de inmediato protestaron (9). El gobierno procedió a relevarlos de sus puestos, justo como hace algunos meses, activistas, intelectuales y la sociedad civil protestó vigorosamente por la asignación del PES a las comisiones de Salud y Cultura en la cámara de diputados. Así, los ciudadanos comprobamos una y otra vez la buena salud de las estructuras democráticas del Estado.


El acercamiento “amlista” a la política, es sin embargo un simulacro en el que las creencias le dan forma a la realidad y las emociones a los hechos; el resultado es inconsistencia o esquizofrenia en las “intuiciones morales” del régimen, como por ejemplo, aprobar algunos megaproyectos como el tren maya y cancelar sólo uno. Las decisiones del gobierno supuestamente sirven a los intereses del pueblo, pero ¿ en realidad lo hacen? ¿Por qué el actual régimen no exige que los ricos y poderosos obedezcan las leyes y paguen impuestos? Éste sería un acto realmente subversivo porque en realidad, el sistema no se lo puede permitir, ya que los paraísos fiscales y otras formas de actividades financieras legales e ilegales son parte del capitalismo global.

Imagen: colaboración entre Abraham Cruz Villegas e Irmgard Emmelhainz.

Imagen: colaboración entre Abraham Cruz Villegas e Irmgard Emmelhainz.


Conclusión

Los pensadores conservadores están preocupados por el regreso al imaginario político de la figura del caudillo, del líder totalitario. Denise Dresser compara al decreto presidencial matutino con la homilía de un cura ante su congregación posicionándose como “guía espiritual” dando lecciones a su pueblo (10). Enrique Krauze califica a López Obrador de “presidente redentor” afirmándose personalmente en comunión con “su pueblo”, por encima de las leyes y las frágiles instituciones. Para ambos, el mesianismo del presidente es incompatible con la democracia y está poniendo riesgo el funcionamiento saludable de las instituciones que garantizan la democracia del país (11). Pero más que el mesianismo de un caudillo delirante encantando a su pueblo a diario, lo que me preocupa a mí es que el imaginario político promovido por el régimen, se sustenta en la fantasía de un gobierno que aspira a ser (discursivamente) un Estado capitalista sin clase capitalista, porque aquí el verdadero enemigo no es ni el populismo ni la mafia en el poder, sino el establishment global neoliberal. A sabiendas de la ecuación 80/20 de la situación de la población, la tecnocracia populista plantea al neoliberalismo como dispositivo de precariedad y de exclusión económica, social y simbólica, fuente de desigualdad social y concentración de la riqueza resarcible con mini-simulacros del Estado de bienestar; la tecnocracia populista también está afincada en la ficción de la centralización del poder, ya que seguimos considerando a la corrupción, al crimen organizado y a los efectos secundarios de la privatización y globalización como “fallas de Estado” corregibles, y no como la base del despojo territorial y de los cuerpos a nivel global. En México, el status quo es “El Estado fallido”, que es la consecuencia de la parálisis de la imaginación política por el neurototalitarismo y su colonización por el pensamiento tecnocrático.


Por eso, ante la actual coyuntura, lo que debe aglutinar a la sociedad civil no es la indignación contra el gobierno, sino el saber que el resultado del modelo del capitalismo desarrollista radica en guerras civiles e irreversibilidad del cambio climático; que el daño colateral del modelo económico se nos presenta bajo la forma de centenas de cuerpos circulando en tráilers refrigerados, la captura en privado de los energéticos (de cuello blanco o de los pobres) o en asesinatos y encarcelamiento de líderes contra megaproyectos. Es nuestra responsabilidad también, saber que todo megaproyecto es una catástrofe medioambiental y social originada en el despojo genocida del territorio, en continuidad con el desmantelamiento masivo de la sustentabilidad del campo mexicano. Que el orden neoliberal global es una máquina para generar formas de urbanización extrema enraizadas en la única meta de generar plusvalía; que la violencia en el país debe de ser mirada a través del lente de la continuidad de la guerra sucia contra la guerrilla en México desde los años sesenta en Michoacán, Guerrero, Chihuahua. 

Para fugarnos del imaginario político del Estado fallido, debemos entender que nuestra democracia moralina es reflejo de la desintegración de la base ética compartida de nuestras vidas, y que no existen marcos para producir significado colectivo más allá de la reproducción del hedonismo privado. Que el hedonismo nos lleva al cinismo y al culto a los “ganadores”, ya que en nuestra civilización, los endiosados (celebrities, emprendedores) son los exitosos y que por eso la meta de todos es “lograr ser visibles” (aunque sea por 15 minutos). Y tal vez porque no logramos ver a qué grado estamos profundamente inmersos en los procesos globales de despojo, seguimos pagando impuestos y somos incapaces de intervenir activamente como agentes politizados en la defensa del territorio. Esto se debe en parte a que en nuestra imaginación política, no hay otro proyecto sino “exigirle al gobierno que funcione”, aunque la existencia de las poblaciones redundantes sea real, como también es real que hay humanos que no tienen la necesidad de consumir o producir dentro del sistema capitalista y que están creando infraestructuras autónomas. Estamos viviendo en el cadáver del capitalismo que comienza a pudrirse. Las hegemonías están rotas. Los indígenas desertando del proyecto de nación existen de verdad. La oposición se llama: “Consejo Nacional Indígena”; “Consejo regional de pueblos originarios en defensa del territorio de Puebla e Hidalgo”; “Prisioneros políticos indígenas por defender sus territorios”’. Una transformación vendrá a partir del colapso inminente del capitalismo y es por eso que hago un llamado urgente a la especulación utópica, a la fantasía, a  la imaginación política radical y anti-tecnocrática. Las formas más valiosas de imaginación política serán aquellas que dependan de la empatía y en nuestra capacidad de prever cambios concretos a la situación del presente sustituyendo la relación moral directa a las cualidades superficiales de los eventos que consumimos en la infoesfera.


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(1) Franco Berardi, Neuro-totalitarianism in Technomayagoog-colonization of Experience and Neuro-Plastic Alternative (New York: Semiotext(e), 2014), p. 7.

 (2) Podemos comparar la solidaridad contra la construcción del NAICM de agentes foráneos en Atenco, con la ZAD (o “Zona para defender”) en Nantes, Francia. Hasta ahora se ha logrado posponer la construcción de un nuevo aeropuerto en Notre Dame des Landes por medio la ocupación aliada de campesinos y activistas para impedirlo. El territorio de unas 200 hectáreas fue habitado entre 2009-2012 por una comunidad autónoma; ha habido intentos sucesivos de desalojarlos, en 2018 hubo una batalla de cinco meses que dejó a unas cien personas activas ocupando el territorio. Se reporta que negociaciones entre Vinci (la corporación que se asoció con el gobierno francés) y el gobierno, se están llevando a cabo para romper el contrato de la concesión.

 (3) Oswaldo Zavala, Los cárteles no existen (México: Malpaso, 2018).

 (4) Guadalupe Correa-Cabrera, Los Zetas: Criminal Corporations, Energy and Civil War in Mexico (San Antonio: University of Texas Press, 2017).

(5) Ver: Naomi Klein, The Shock Doctrine (Toronto: Random House Canada, 2007).

 (6) Federico Mastrogiovanni, Ni vivos ni muertos (México: Grijalbo, 2014).

 (7) Dawn Paley, Drug War Capitalism (Oakland: AKA Press, 2014).

(8) Fuente: http://www.documenta.org.mx/layout/archivos/2016-agosto-privatizacion-del-sistema-penitenciario-en-mexico.pdf

(9) Entrada del blog de Pilar Villela: https://apenasllega.home.blog/2019/02/15/colibritany-en-el-pais-de-los-transgenicos/

(10)  Denise Dresser, “El presidente  predicador”, Proceso, 10 de febrero de 2019 disponible en red: https://www.proceso.com.mx/571136/el-presidente-predicador

(11)  Véase El pueblo soy yo de Enrique Krauze.


Bibliografía

  • Franco ‘Bifo’ Berardi, Futurability: The Age of Impotence and the Horizon of Possibility (London and New York: Verso, 2017).

  • Consejo Nocturno, Un habitar más fuerte que la metrópoli (Logroño: Pepitas de calabaza, 2018)

  • Guadalupe Correa-Cabrera, Los Zetas: Criminal Corporations, Energy and Civil War in Mexico (San Antonio: University of Texas Press, 2017)

  • Raquel Gutiérrez/Dawn Paley, “La transformación sustancial de la guerra y la violencia contra las mujeres en México” DEP No. 30 (2016)

  • Invisible Committee, Now (New York: Semiotext(e), 2017)

  • Ashley Dawson, Extreme Cities: The Peril and Promise of Urban Life in the Age of Climate Change (London and New York: Verso, 2017)

  • Federico Mastrogiovanni, Ni vivos ni muertos (México: Grijalbo, 2014)

  • Wolfgang Streeck, How Will Capitalism End? (London and New York: Verso, 2017)

  • Marcello Tarí, Un comunismo más fuerte que la metrópoli: la autonomía italiana en la década de 1970 (Madrid: Traficantes de sueños, 2012)

  • Gabriel Rockhill, Counter-History of the Present: Untimely Interrogations into Globalization, Technology, Democracy (Durham and London: Duke University Press, 2017)

  • Oswaldo Zavala, Los cárteles no existen: Narcotráfico y cultura en México (México: Malpaso, 2018)

  • Slavoj Zizek, The Courage of Hopelessness: A Year of Acting Dangerously (Brooklyin and London: Melville House, 2017)