«La postura romántica del norteño, que en su urdir de un mundo onírico intenta parecerse al infinito, y el rigor del sureño que, más bien tercamente, entra en competencia con la infinitud del azul del mediodía para concebir algo que también sea perenne. En esta conversación me acuerdo de cuando escribí las primeras cuarenta páginas, en Capri y en pleno julio, del libro sobre el drama barroco: no tenía nada salvo pluma, tinta, papel, una silla, una mesa y el calor del mediodía.»