Zurzir Zetas
Armando Montesinos
Las líneas que separan costumbre, rutina y adicción son muy finas, y por ello es difícil saber cuál de las tres -o tal vez sea su efecto conjunto, un tipo específico de poli-toxicomanía- lleva a comprar en el quiosco los periódicos el día que publican los suplementos de cultura. Como el resacoso que fantasea inútilmente con no volver a recaer en su reiterada afición, ganas dan a menudo de exclamar “¡que os zurzan, culturales!”, como podría decir un personaje de una viñeta de El Roto sobre el IVA del 21%, que a la espera de un nuevo gobierno que pueda reducir el porcentaje sigue causando estragos en la producción cultural del país. Mas cuidado con las esperanzas ingenuas: bien sabemos que los porcentajes aquí benefician o a la Iglesia católica –magnífico ejemplo el proporcionado por Patrimonio Nacional, destinando el dinero de todos a misas y otros menesteres de la Santa Madre- o a los comisionistas, algunos, entre ellos los presuntos del IVAM, a la espera de un juicio que a veces parece tan lejano como el Final. Pero que los suplementos culturales resistan la avidez de ignorancia que a veces parece ensombrecer al país ha de ser motivo de alegría, y lo cierto es que complace saber que pueden leerse, sin la torpe urgencia prestada a la cansina y gastada “actualidad” de las noticias diarias, durante toda la semana o el mes, sin orden ni fecha. Esa mínima liberación permite otro tempo, que a su vez permite algunas conexiones sin duda superficiales, pero no del todo insignificantes.
De modo que de vez en cuando, por costumbre, el adicto rutinario se pone al día de las lecturas atrasadas de los culturales amontonados, y encuentra, por ejemplo, que en el ABC Cultural del 27 de febrero Juan Manuel de Prada -dentro de una serie llamada “Raros como yo”, con la que se inscribe, a su manera presumidamente humilde, en una cierta tradición de malditismo, blando como el porno blando- dedica su artículo quincenal a Juan Antonio Zunzunegui, novelista retornado fugazmente del olvido tras la resurrección igualmente fugaz, cincuenta años después de su rodaje y de su silenciamiento por la censura, de la magnífica película de Fernando Fernán Gómez El mundo sigue, adaptación de la dura obra del escritor. Prada le compara con Baroja, por sus “verdades hondas y ásperas” y por sus “personajes arañados por el infortunio, desportillados por el desprecio, palpitantes y fieramente humanos”; pero también por su estilo “deslavazado, descosido, un poco remendón y amigo de las tramas a salto de liebre”.
Pero del artículo sobre todo nos interesa la llamativa vocalización tipográfica –“Zun-zu-ne-gui”- del titular, sobre la que Prada escribe: “Silabeamos el apellido (…) para que el lector pueda resarcirlo mínimamente del oprobio que los envidiosos le arrojaron en vida, tachándolo de gafe e imponiendo la sórdida y malévola costumbre de silenciar su apellido, que era sustituido por un piojoso Zeta Zeta.” Una malignidad que unida al agrio tono, “tan sórdido y conmovedor, sentimental y desalmado como la vida misma”, de sus novelas, incómodo para las conciencias franquistas -tan limpitas ellas-, contribuyó, según Prada, a que “poco a poco Zunzunegui fuera siendo orillado, hasta que se decidieron a colgarle el sambenito del mal fario, que acabó de convertirlo en un proscrito, aunque fuera con premio Fastenrath y sillón en la Academia”.
Académico proscrito. No cabe duda de que ese debía ser el máximo honor - posiblemente al que Prada aspiraría al proclamarse uno entre los raros- en una Real Academia de la Lengua cuyo más reciente inquilino -otro “z”, Félix de Azúa- describía en una entrevista poco antes de ocupar el sillón H: “El elenco de académicos en los 60 y 70 daba un poco de risa. Había hasta obispos. No tenía seriedad. Por eso no se nos pasaba por la cabeza entrar un día allí”. Pero, de nuevo, cuidado con las esperanzas ingenuas: pocos días después, las palabras del nuevo académico sobre la alcaldesa de Barcelona, con su implícito desprecio a las ciudadanas –él, que apoya a Ciudadanos- dedicadas a la venta de pescado, no parecen indicar que las cosas hayan mejorado.
Pese a ser víctima de la crueldad de sus iguales, Zunzunegui, que se fue alejando de su falangismo de primera hornada, no cejó en su empeño de seguir escribiendo sobre el lado oscuro de la vida misma. Su “piojoso” mote lleva a pensar en la igualmente sonora marca ZP, en ese Rodríguez Zapatero que está pagando caro el insolente atrevimiento de su ley de matrimonio homosexual, ninguneado hasta ser convertido en el peor presidente de la democracia por las limpitas conciencias que encubren al verdadero responsable de la situación de nuestro país, aquel Aznar que en su momento álgido de comparsa vio su “z” y su apellido ninguneados, convertidos en “Ánsar” por su amigo George W.
Del montón de papel impreso sale ahora El Cultural de El Mundo del 26 de febrero. En su página 17 aparece la reseña de un libro de la escritora uruguaya Ida Vitale, editado tras serle otorgado el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Su título, con seco aroma de desvalimiento final, preside la página: “Todo de pronto es nada”. Lo curioso es que al volver la hoja se encuentra este otro encabezamiento: “Menos que nada”. Así se llama el grueso volumen que Slavoj Žižek ha dedicado a, como reza su subtítulo, “Hegel y la sombra del materialismo dialéctico”. Y lo sorprendente es que al adentrarse en su lectura, todo de pronto es nada, menos que nada. “Todo”, aquí, no se refiere al contenido de la reseña modélica de Jacobo Muñoz, una lectura pericial pegada a los argumentos del filósofo de Luibliana como la nariz de un perdiguero al rastro de una liebre saltarina, al final de la cual propone una posible, y de bastante calado, crítica, que resume así: “una confrontación cabal con las <<contradicciones del capitalismo>> pasaría a mi juicio por una menor recreación autosuficiente del pensamiento especulativo del pasado y una mayor creatividad conceptual”. Sin escatimar reconocimientos a la brillantez provocadora de Žižek, Muñoz ofrece una estimulante muestra de exigencia intelectual.
Pero de vuelta a este texto, “todo”, aquí, se refiere al propio nombre del pensador esloveno, a ese apellido sonoro, seductor y contundente como el de una marca; a esa seña de identidad que de pronto es nada, menos que nada sin sus dos “z”, mayúscula y minúscula, que desaparecen misteriosamente en el artículo, dejando unos hipnóticos huecos tipográficos, pura poesía visual; unas ausencias sutiles que horadan la página e introducen a un sujeto tan irreconocible como enigmático:
“ i ek encuentra” “ i ek” construye” “ i ek se formó”
“permite a i ek hablar” “ i ek, en plena reivindicación”
“ i ek dedica” “el empeño dei ek”
Si la crueldad humana escamoteaba la identidad de Zunzunegui, silenciándolo con la contundente pronunciación de su doble “z” escrita con todas sus letras, el azar de un corrector automático “inteligente” y la ausencia de la figura de un encargado de revisión de textos –nada azarosa, sino consecuencia de los recortes económicos que afectan no sólo a los cada vez más magros emolumentos de quienes escriben en los culturales, sino a todos los trabajadores de la cultura– le niegan su propia “z” doble al filósofo Žižek, dejando su apellido tan descosido y necesitado de remiendos como el estilo del novelista. Este es el mensaje de los tiempos que vivimos: que nos zurzan.
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Armando Montesinos es miembro del Consejo de Críticos y Comisarios de Artes Visuales