Por el desmantelamiento de la industria cultural en las artes visuales
Daniel G. Andújar
Publicado el 2021-02-14
La crisis causada por la pandemia de COVID-19 ha tenido repercusiones devastadoras para la cultura. En todo el mundo, los medios de subsistencia de los artistas y profesionales de la cultura se han visto gravemente afectados por las medidas de confinamiento y distanciamiento físico. La mayoría de los artistas son —somos— trabajadores autónomos con un estatuto legal precario que carece de ingresos regulares y no percibe remuneración alguna durante periodos de actividad prolongados.
La índole precaria de este quehacer profesional nos hace especialmente vulnerables a los impactos económicos provocados por la presente crisis. Esta última ha exacerbado la volatilidad y las desigualdades que ya existían en el sector creativo y cultural desde la anterior crisis financiera a nivel global de 2008.
Actualmente el número de artistas y profesionales de la cultura que han perdido gran parte de sus ingresos, de forma simultánea en todas partes del mundo, es inigualable. El sector está luchando por su supervivencia. Los Estados están concentrando sus acciones en la actualidad y el medio plazo, pero está claro que hay que reflexionar sobre la crisis que sobrevendrá en todos los sectores de la cultura tras el paso de la pandemia.
Se trata de una crisis coyuntural pero también de una crisis de modelo. Una gran parte de las decisiones tomadas —planes de rescate, ayudas económicas, exenciones fiscales— se conciben sin consultar a los artistas y creadores, lo que nos aleja de la idea de diseñar un ecosistema que respete nuestros derechos socioeconómicos. Esto pone de relieve la persistente necesidad de mejorar los mecanismos de protección social, económica y laboral de los artistas y profesionales de la cultura.
Hoy más que nunca es preciso mantener, fortalecer y consolidar nuestras condiciones de vida y trabajo en aras de defender la excepcionalidad cultural como bien esencial y seguir construyendo un modelo de cultura como irrenunciable servicio público.
Es la primera vez en la historia que todos los museos del mundo cierran a la vez. El coronavirus ha logrado lo que parecía imposible, hacer temblar las estructuras más firmes del capitalismo y cuestionar su modelo neoliberal, y globalizador de crecimiento constante. Un virus microscópico ha detenido la maquinaria en seco. Aun no ha acabado su labor devastadora, y ya vemos cómo gran parte del tejido institucional dedicado a la cultura se enfrenta a otra situación económica difícil.
Una vez más, reducción de actividades, cancelación de proyectos, bajadas de ingresos y salarios, reducciones de plantilla o, incluso, el cierre de instituciones.
Nadie pudo prever el actual colapso, pero, una vez asumido el primer impacto, debemos gestionar ese colapso como una oportunidad de cambio y acometer transformaciones radicales. Esta crisis está obligando a adaptarse sobre la marcha a las nuevas circunstancias, que todavía no sabemos realmente cuales serán.
También nos está pidiendo a gritos el replanteamiento del actual modelo de industria cultural. Una vez que la incertidumbre es total, las cuestiones se acumulan, pero las certezas tienen que convertirse en el convencimiento de que, si algo ya no funcionaba, no deberíamos repetir los fallos del pasado y cambiar lo que ya sabemos que no funciona.
Por ello es necesario repensar la arquitectura conceptual de nuestras instituciones. Es hora de evaluar el compromiso político con la Cultura. Pero también de plantearse si vale la pena reconstruir un sistema que no nos satisface, si los recursos existentes pueden utilizarse de forma más eficiente y si las infraestructuras que ahora utilizamos son necesarias en un cambio radical de contexto.
Aquel modelo que surgió con la emergencia del capitalismo financiero y el modelo neoliberal a finales del siglo XX, el concepto de industria cultural, necesita ahora acometer un proceso de desmantelamiento y reconversión radical.
El arte está relacionado directamente con la vida, con la interpretación de cuanto acontece y nos rodea, con un cuestionamiento constante de nuestra realidad, con la generación de espacios de resistencia, de libertad. El arte es hoy más necesario que nunca, pero gran parte del entramado que hemos construido a su alrededor, el Sistema del arte, es perfectamente prescindible.
La política cultural pública ha sido secuestrada por las grandes infraestructuras culturales. Las actuaciones culturales de apoyo a la creación se han derivado a centros con proyectos que se centran en una programación cuyo fin es mantener su statu quo. En ese afán de mantener el tipo a toda costa se van perdiendo por el camino promesas de transparencia y acceso democrático a los recursos de la cultura. Se corrompe el sentido de lo público y se pierde la función primordial de muchas instituciones que priman la supervivencia de la infraestructura por encima de su misión y finalidad, el contenedor por encima del contenido.
La estructura institucional del sistema del arte en España, sus infraestructuras y equipos, a pesar de su relativa juventud, manifiesta algunos tics poco deseables. Ha adquirido actitudes muy mejorables y está contaminada de una forma de funcionamiento burocrático e institucional que no es, por supuesto, un fenómeno nuevo y para el que, por tanto, ya existía cura antes de aparecer. Gran parte de estas instituciones, centros de arte y museos se han convertido en un fin en sí mismos, exentos del acontecimiento artístico y distantes de quienes lo llevan a la práctica. Parecen no entender, ni participar en procesos artísticos que ocurren a su alrededor. Tampoco profundizan en su relación con las distintas esferas de lo social.
Por otra parte, se ha ignorado totalmente años de actividad artística continuada y de discurso crítico hacia la propia institución. La institución ha sido absorbida en la cadena de producción de servicios. Constituye una parte activa del proceso de “turistificación” del contexto urbano y participa en la compleja readaptación de las infraestructuras de la ciudad global.
Substancialmente lo que hacen muchos museos es ceder, sin oponer resistencia alguna, a las fantasmagóricas muestras de presión política. Vinculando así las repercusiones del museo con el marketing y el turismo de la ciudad. Preocupándose de forma excesiva por el aumento irracional de la cifra de visitantes y por la captación de atractivos fondos privados que ahora mismo han desaparecido.
A mi entender, estas “misiones” políticamente adoctrinadoras del museo —que van de la mano de ciertas exigencias corporativas— no tienen nada que ver —como se suele afirmar a menudo— con las necesidades financieras para el mantenimiento de museos y otras estructuras del sistema del arte. Se trata únicamente de situar la práctica artística, o lo que es peor, a la institución museográfica, en un escenario de prestigio al servicio de los negocios y, cada vez menos, a la política profesional. Si lo entendemos así, el artista se convierte —nos convertimos— en una figura inquietante y molesta, un elemento perturbador que debe ser sedado para que encaje en la retórica del museo.
El aparato institucional de la cultura desconfía del artista, lo utiliza, confinando su participación, convirtiéndolo en colaborador accidental, expositor ocasional, visible esporádicamente, pero incómodo al modelo de industria cultural.
El museo no debería existir si no afronta sus objetivos de manera socialmente responsable, gestionando ajeno a la precariedad que provoca, la inestabilidad y la incertidumbre que afectan de manera generalizada a los oficios vinculados a la cultura. De esta forma, estaría renunciando a uno de los retos principales con los que se enfrenta hoy la institución artística, la de estar atento a las transformaciones de los modos de creación y sus mecanismos de diseminación y la de atender, sobre todo, a artistas, colectivos, obras, proyectos y corrientes de pensamiento que tratan de interpretar las prácticas artísticas y la producción de conocimiento en el marco de una relación social y política con el contexto en que se desarrolla.
Ahora, no extraña a nadie el vacío de pasillos y salas de exposiciones, el silencio de una comunidad que nunca fue cómplice de tal proceso de normalización y manipulación. Gran parte del entramado institucional ha renunciado a formar parte de este crucial proceso social, ha eludido su propio contexto natural expulsando a extramuros a trabajadores esenciales de la cultura, creadores y artistas, y con ellos, a su público natural. Con estas acciones ha ido eclipsando prácticas que generan y articulan redes cuyas acciones y efectos pueden trascender los muros de la institución, e impidiendo articular políticas culturales netamente transversales que incluyan desde la producción cultural estable e institucional, hasta las prácticas más heterogéneas y eclécticas, la porosidad del diálogo con otros espacios inmediatos y la comunicación con el exterior.
Reconversión de las Industrias Culturales
Los que dirigen la estructura de las industrias culturales y su gestión parece que abandonaron, hace décadas, los procesos de creación de nuevos contenidos y producciones culturales como construcción colectiva. Si queremos subvertir ese modelo de escaparate, si no queremos estar sujetos al éxito y a la pericia particular de algunos proyectos fortuitos o puntuales, si queremos alejarnos de la precarización del trabajo voluntario, tendremos que dar un fuerte golpe de timón.
Debemos corregir estas deficiencias y construir una institución más vertebrada y plural; con unos sistemas de gestión, de control y de evaluación transparentes, democráticos y de calidad. Resulta evidente que los museos, en la actualidad, se encuentran sumidos en una crisis de concepción, vacilando entre paradigmas museológicos y de supuesta eficacia gestora que son incompatibles con la práctica artística contemporánea. Ahora necesitamos instituciones renovadas e infraestructuras culturales sostenibles y cercanas, abiertas y empáticas, donde los ciudadanos encuentren un espacio de representación pública, de formación permanente, de excelencia artística y un verdadero instrumento de emancipación. Y donde esa articulación en igualdad de oportunidades sea un factor fundamental para el desarrollo y bienestar de la sociedad.
Las actuales carestías se unen a los vicios y la precariedad acumulada desde la última crisis financiera. Aquella crisis no funcionó como catarsis, no regeneró, sino que produjo damnificados y fantasmas que todavía habitan por los pasillos de nuestro tejido institucional. Durante los años duros de los recortes el sistema de infraestructuras culturales de este país fue convenciendo a la clase política que era posible asumir la misma capacidad de programación y mantener el mismo espacio expositivo con muchos menos dinero. “Haremos más con menos”.
Esto se llevó a cabo por varias vías, estrangulando a proveedores, trabajadores y artistas e implementando un sistema de autofinanciación perverso que ahora se vuelve en contra y será necesario revolucionar. La respuesta institucional entonces fue conservadora y desastrosa, enfrentándose a la crisis explotando endebles colecciones, programando exposiciones enlatadas, estirando el tiempo de las muestras con duraciones desorbitadas. Museos que no coleccionan, que no investigan, ni publican. Centros de arte que no producen, que juegan a ser museos y que por tanto no toman riesgos ni desarrollan el tejido creativo. Espacios ahora vacíos, en silencio, sin público ni una comunidad que se identifique con el proyecto. Una industria en decadencia y quiebra, estimulada políticamente que precisa ahora de una reconversión radical.
El arte, como cualquier otro proceso cultural, es básicamente un proceso de transmisión, de transferencia, de diálogo continuado, permanente y necesario. Pero no debemos olvidar que también es transgresión, ruptura, ironía, parodia, apropiación, deformación, confrontación, investigación, exploración, interrogación y oposición. Por eso debemos buscar contextos que permitan desarrollar esta idea en condiciones óptimas. Y si estos espacios no existen, tenemos que intentar crearlos. No podemos confiar en la política. Una política democrática que desatiende las instituciones culturales es una política débil. Las instituciones culturales fueron en otro tiempo el foco principal de la política, pero hace tiempo que los políticos se retiraron de la cultura.
Es urgente la puesta en marcha de acciones que permitan la sostenibilidad del sistema, que visibilicen la excelencia de nuestra creación e investigación artística como forma emancipada —no instrumental—, que mejoren el acceso democrático y participativo de la experiencia artística, y que incidan en la capacidad inclusiva y generadora de cohesión social del sistema del arte. La cooperación social muestra su poder de innovación y creación, entendido como la mejor forma de apoyar un modelo que permite la distribución y expansión de los contenidos para los participantes, los usuarios y el público.
Exigimos modelos de institución más participativos, sostenibles, igualitarios, democráticos, plurales, inclusivos y transparentes en la toma de decisiones. Los creadores y productores culturales independientes deben disponer de las herramientas para poder desplegar variadas formas y condiciones de producción, combatiendo activamente contra la reducción de la diversidad.
Necesitamos construir un modelo de cultura como servicio público, que permita normalizar el acceso a las artes visuales contemporáneas. Exigimos mayor nivel de coordinación, de planificación y de relato común por parte las administraciones públicas. La cultura no se dirige, a la cultura se le dota de recursos para que pueda desplegarse en condiciones optimas.
Asimismo, deben fijarse con absoluta claridad las condiciones públicas de acceso, programación, formación y apoyo a la producción, que deben ser garantizadas por las instituciones públicas. El museo debe transformarse en una institución fundamental, como catalizador de experiencias y energías colectivas y debe, además, ser una institución privilegiada en la construcción de bases comunes de sociabilidad con el fin de construir ciudadanía. El museo ha dejado de ser un espacio de contemplación de cosas inmóviles, su función de representación de la historia del arte ha quedado obsoleta. Queremos un museo capaz de funcionar como escenario y catalizador del flujo de eventos artísticos y no como almacén de obras de arte y artilugios históricos. Pero también que permita el análisis crítico y la reflexión teórica a través de la comparación histórica, la investigación y una revaluación del trabajo local.
Algunos de los ejes sobre los que se debe comenzar este trabajo son los siguientes:
Equilibrio presupuestario. O los presupuestos actuales de centros de arte y museos se incrementan de forma notable —algo que no parece estar en la agenda política de ningún gobierno— o es necesaria una drástica reestructuración para que la institución e infraestructuras se parezcan más a la dura realidad de artistas y creadores. En las actuales circunstancias presupuestarias los museos y centros de arte deberán ceder una parte importante de sus recursos a la creación y producción. Las instituciones públicas no podrán romper la regla de los tres tercios: un tercio del presupuesto total de la institución será dedicado al coste de infraestructura y personal; un segundo tercio irá destinado a la inversión patrimonial, investigación y colecciones; y un tercer tercio financiará la producción artística, actividades y exposiciones.
Moratoria por los vivos. La pandemia también ha puesto de relieve la necesidad urgente de mejorar los mecanismos de protección social, económica y laboral de los artistas y profesionales de la cultura. Hay que poner especial énfasis en las comunidades de proximidad, públicos, profesionales, artistas y creadores locales que son quienes han de generar vínculos significativos y estables con la nueva institución.
Para los próximos años será necesaria una moratoria temporal por el trabajo creativo contemporáneo. Es necesario proteger debidamente el frágil ecosistema de la cultura, los derechos sociales y económicos de los creadores y que se adopte un enfoque integrado de la situación y del contexto. En este periodo de tiempo será necesario aplazar la dinámica globalizadora y revisionista de antaño. Hay que romper con la demanda del modelo neoliberal de grandes exposiciones populistas en instituciones franquiciadas, y que no tienen ninguna posibilidad en absoluto de ir más allá del consumo pasivo —grandes eventos, costes desorbitados en logística, transporte y seguros, la recurrente recuperación de figuras históricas—. Internet hizo que la función de representación de la historia del arte en el actual formato de museo quedara obsoleta. Los exiguos recursos deberán concentrarse principalmente en producción y encargos de nueva creación para artistas, creadores, mediadores, historiadores, investigadores y, en general, el amplio espectro de oficios y profesionales que trabajan en la órbita de las artes visuales. Evitaríamos así que un número excesivo de artistas y profesionales de la cultura se vean obligados a abrazar otros oficios agudizando aún más la desigualdad de oportunidades en el acceso a las carreras profesionales culturales y a la excelencia.
La característica precarización laboral de los artistas y creadores culturales, las condiciones de trabajo flexibles, propias del sector, las prácticas artísticas transversales y multidisciplinares de los creadores reclaman otras formas institucionales de relación profesional, que a menudo entran en contradicción con las políticas culturales hegemónicas, tanto públicas como privadas.
Aquí el arte —la cultura en general— se ha entendido como un mero recurso retórico, un simple elemento de utilización política, un capricho de nuevo rico, algo asimilado como prescindible al “interés general” y, en consecuencia, absolutamente innecesario, algo donde meter la tijera a fondo sin demasiada consideración. El Estado —por tanto las estructuras de su administración en toda su dimensión— tienen que dejar de asumir que la práctica artística ha de ser forzosamente discontinua, flexible, temporal, precaria y transitoria, y dejar de ser parte activa y partícipe de los niveles de explotación y precarización existentes en el mundo de la cultura.
Estrategia para las Artes Visuales (1)
El Estado, ha de ser consciente de la riqueza y diversidad del actual ecosistema social, cultural y artístico, debe garantizar la autonomía del sector y la libertad de expresión de los creadores, motores principales de la producción cultural y artística, así como el derecho de todos los públicos para escoger entre una amplia y diversa variedad de propuestas.
Necesitamos una herramienta para consolidar y salvaguardar los recursos públicos existentes que contribuya a fortalecer el sector de las artes visuales, porque la situación crítica por la que atraviesa es una oportunidad para activar procesos de innovación y reformas estructurales.
Asimismo, es necesario recuperar y actualizar la Estrategia para las Artes Visuales (2011), un documento colectivo con clara vocación de consenso y en un contexto institucional, que recogió aportaciones de las asociaciones y muchas de las reivindicaciones históricas del sector de las artes visuales. En el año 2010 la Dirección General de Bellas Artes y Bienes Culturales inició un proceso de reflexión y formulación de propuestas para la racionalización y dinamización del sector de las artes visuales en nuestro país con el objetivo de plasmarlas en un plan estratégico titulado, finalmente, como Estrategia para las Artes Visuales.
Se trataba de una iniciativa de gran significado por tratarse de la primera vez en que se planteaba, bajo el amparo de la administración central, un proceso de estas características, que permitiese describir las aspiraciones y los objetivos de un sector cuyo sentido estratégico era cada vez más evidente.
Desde la consciencia de la relevancia de esta iniciativa, la Dirección General de Bellas Artes había recabado la participación de todas las asociaciones, entidades, colectivos o personas que pudiesen aportar ideas o ayudar a elaborar el documento, destinado a convertirse en una referencia futura, encontrando un amplio consenso entre las asociaciones y entidades participantes: Asociación de Directores de Arte Contemporáneo de España (ADACE), Consejo de Críticos y Comisarios de Artes Visuales (CCAV), Consorcio de Galerías de Arte Contemporáneo (CG). Mujeres en las Artes Visuales (MAV), Unión de Asociaciones de Artistas Visuales, ARCE Asociación de Revistas Culturales de España y Federación de Agentes Artísticos Independientes.
La Estrategia para las Artes Visuales proponía un marco instrumental orientado a mejorar las condiciones del sector en su conjunto y constaba de ocho objetivos claros, desarrollados en sus correspondientes líneas estratégicas: el fomento de la creación y el apoyo a los creadores; la mejora de la situación socio-laboral de los artistas; el fomento y reordenación del patrimonio artístico contemporáneo; el apoyo al desarrollo de plataformas para las artes visuales; el fomento de la acción exterior para el reconocimiento internacional del arte español; el fomento de las artes visuales en los procesos de educación, formación e investigación; el apoyo a medidas que posibiliten la integración de nuevos públicos y favorezcan la cohesión social; la mejora e implantación de renovados instrumentos para la gestión eficaz e implementación de dicha Estrategia. Este documento, que ningún gobierno se ha atrevido jamás a poner en marcha, se señalaban objetivos y acciones que, en su mayor parte, siguen siendo válidos y vigentes.