Lecciones durante las guerras del lenguaje / Bolonia 1977

Jorge Luis Marzo

Publicado el 2018-06-17

“La verdad es lo real por anticipación”, manifestó en 1979 Maria-Antonietta Macciocchi, periodista y diputada comunista italiana, al interpretar el deseo de Mayo del 68 de exponer la quiebra del lenguaje público en relación a la verdad de los hechos (1). Lo real pasaba a presentarse en forma de previsión, de predicción, pero también de simulacro paródico, antes de que tuviera efectivamente lugar. Las figuras del radar y del presagio cobran aquí plena potencia. Ambas despliegan sus equivalencias de realidad en relación a un fantasma: el radar o el sonar se refieren a fantasmas detectables en su singularidad; el presagio se refiere a un espectro sólo perceptible gracias a la comprensión del contexto (2). El Mayo del 68 asumió plena conciencia de esta dualidad, sabiendo que en ella pivotaba lo que iba a convertirse en una nueva guerra lingüística. Las técnicas situacionistas tendentes a distorsionar el lenguaje a fin de exponer su “desencarnarse” liberal tenían como objetivo explorar las posibilidades de una política lingüística común y con competencia pública capaz de vertebrar la necesidad de un habitar común diferente, con deudas y vínculos. No deja de ser revelador que, como ha señalado el realizador Adam Curtis en All Watched Over by Machines of Loving Grace (2011), fueran los ordenadores quienes se hicieran herederos de aquellas querencias, finiquitando la existencia de cualquier contexto y elevando a los altares al fantasma singularizado: “No more omens, just signs”.

Los análisis realizados sobre lo ocurrido con las políticas y poéticas lingüísticas sesentayochistas a menudo han dejado de lado toda una serie de dinámicas posteriores que no sólo han contribuido a comprender mejor los posos de aquella querelle, sino que han conducido a vertebrar con tino un hilo interpretativo acerca de cómo la guerra del lenguaje detectada en los años 1960 se ha conducido después en diversas épocas y entornos, adaptándose aquí y allá, y dando luz a nuevas exigencias e instrumentos. Y sin lugar a dudas, uno de esos episodios es lo acaecido en la Italia de los años 1970. De ello, nos vamos a ocupar aquí.

En la Italia de finales de los años 1970 se produce una eclosión de prácticas de alteridad, espejando en parte otras actividades europeas o norteamericanas similares, y cuya culminación en 1977 vendrá inducida por una tupida red de fenómenos relacionados con la forma de nominar y relatar lo que ocurría, lo que dio pie al desarrollo de un notable discurso sobre el valor de lo falso en una sociedad alienada a punto de abandonar al estado en favor del mercado. Aquellos procederes cuajaron en su seno un catálogo de debates e instrumentos que han pervivido hasta hoy, capaces de interpretar el sistema de los medios como espacio político así como de explorar las posibilidades políticas que su dislocación ofrece. El movimiento autonomista –llamado así por sus posiciones libertarias y anarquistas, orientadas hacia un subjetivismo participante y horizontal, y cuya vivencia colectiva rechaza el capitalismo pero también la morfología estatal- fue la expresión de grupos no menores de estudiantes, intelectuales, jóvenes trabajadores y parados, intensa en las ciudades de Bolonia, Roma y Milán, y en menor medida en otras, que se juntaron porque ni podían ni querían hacer otra cosa. Dieron aire a un gran talento colectivo mediante la auto-organización y la guerrilla de la comunicación con el objetivo de interrumpir el hartazgo de toda una generación.

El caldo de cultivo del que brotó aquel fenómeno está compuesto de diversos condimentos que reflejan bien tanto el cambio de modelo político y económico de la tardo-modernidad como los desplazamientos en las nuevas formas de activación política del lenguaje a manos de los grupos sociales más afectados por el proceso. La Italia de los años 1970 describe el fracaso del régimen de pactos entre la izquierda y la derecha europeas surgido en la posguerra, lo que en Italia se llamó el “compromiso histórico”, por el cual el Partido Comunista (PCI) y la Democracia Cristiana se aliaron, repartiéndose esferas de poder, a fin de consensuar el crecimiento industrial y la estabilidad institucional frente a la radicalización propuesta por los extremos del arco político (fascistas y Brigadas Rojas), en un periodo de fuerte crisis económica y de cambio de modelo productivo. La disciplina establecida por el PCI en las fábricas con el objetivo de evitar huelgas y desafecciones, en alianza con los grandes conglomerados industriales del norte de la península, condujo a la ruptura entre el inmovilista discurso escolástico de la izquierda y una juventud cada vez más sumida en el paro y sin perspectivas de emancipación. El orden laboral defendido por los comunistas y los sindicatos afines en fábricas y talleres, motivo y baluarte del orgullo proletario, comenzó a resquebrajarse en la medida en que ya no podía albergar todo un conjunto de nuevas sensibilidades sociales, políticas y culturales, armadas en la subjetividad y nacidas al calor de Mayo del 68, que veía en las cadenas de montaje la metáfora del edificio político en plena descomposición: explotación y manipulación de las adhesiones y de su mercadotecnia lingüística, laboralización de los imaginarios, conformismo social. La Autonomia italiana de los años 1970 es, en su fundamento, una crítica profunda, ruidosa y caótica sobre los efectos del régimen laboral en la vida social y personal; exponer “cómo el tiempo de trabajo diluye el tiempo de vida y proponer el goce del tiempo de vida liberado del trabajo”, lo que, a la postre, suponía un intento de demolición del “milagro” económico italiano de los años 1950 y 1960 y de las hipocresías que lo sostuvieron, cuyo mejor ejemplo era la rica y docta ciudad de Bolonia, gobernada desde siempre por el Partido Comunista. 

El movimiento del 77 no fue un fenómeno espontáneo: tuvo lugar en las primeras asambleas autónomas de trabajadores –externas a los sindicatos– de los años 1973 y 1974; en los comités políticos de las empresas de servicios públicos; en los círculos juveniles que se formaron en los barrios populares, auto-gestionados en torno a la música (rock y punk) y la cultura independiente del squatter; en las reuniones estudiantiles de las facultades de letras y humanidades que dejaron de tratar viejas cuestiones académicas para pasar a ocuparse de la ecología, del feminismo, de la sexualidad, fusionando las tradiciones surrealistas, futuristas y dadaístas –mao-dadaísmo: “información, proletarización y apropiación”– las lecturas de Sade, Lautrémont, Maiakovski, Artaud, Reich, los nuevos utensilios aportados por el situacionismo, el post-estructuralismo, por Barthes, Foucault, Enzensberger, Deleuze, Guattari, la semiótica, y los nuevos formatos que facilitaban tecnologías recién aterrizadas, como la fotocopiadora, la impresora offset, la radio, el casete o el vídeo. Todo siempre bastante caótico, quede claro. 

El movimiento cuajó también en modos radicales de expresión y acción social llevados a cabo por grupos de parados y de okupas que desataron olas de desobediencia civil que ya no pasaban por la disciplina sindicalista y  programática del marxismo: la “autorreducción” en productos de primera necesidad y el “expropio proletario”, esto es, saqueos en negocios de comida y restaurantes; la reivindicación del derecho a viajar en el transporte público con billetes perfectamente falsificados; el derecho al espectáculo, no al de los “suburbios” sino al de los “potentados” (ocupando las salas del centro de las ciudades); la aplicación de la teoría de la “inteligencia técnico-científica” que hizo desaparecer las fichas telefónicas de media Italia. Una vez, estando el Primer Ministro Giulio Andreotti de visita en Bolonia, los autonomistas distribuyeron las llaves de las cajas de control de los semáforos. En cuestión de minutos, el caos circulatorio fue fenomenal. Ya no hacen falta barricadas, venían a decir: las nuevas guerras se dirimen en una nueva bruma semiótica, la cultura y el lenguaje ya no son instrumentos de lucha, sino el propio terreno de la lucha.

La fiesta carnavalesca se anuncia así como forma explícita de activismo, como ya se pudo apreciar también entre los situacionistas europeos y los yippies estadounidenses; un formato que presagiará nuevos modos de expresión política que se harán globales dos décadas más tarde. Las acciones autonomistas bebieron del teatro satírico y político del Circolo La Comune de Dario Fo y Franca Rame, que ponía de relieve la gestualidad y la expresión corporal como forma de manifestación lúdica y des-apariencia artística, pero también de la DAMS (Discipline delle Arti, della Musica e dello Spettacolo), un curso surgido en la Universidad de Bolonia en 1971 con el fin de desarrollar exploraciones de lenguajes expresivos no verbales y de expandir las nociones de semiótica activa, “decodificación aberrante” y “guerrilla comunicativa” planteadas en los años sesenta por profesores del curso como Giuliano Scabia, Umberto Eco o Paolo Fabbri. Notable influencia tuvo también la llamada al uso de los medios de recepción como medios colectivos de producción promovida por Hans Magnus Enzensberger en 1971. Se trataba de articular el engaño performativo, la confusión deliberada entre el hacer y el parecer, para formular probabilidades de una competencia política del teatro del lenguaje. Decía Dario Fo:

Mira cómo todos tiemblan. Tras un momento de alarma frente a la trampa descubierta, la audiencia entiende y ríe, más de que lo ha hecho nunca. Luego se detiene: la indignación y la rabia desplazan la risa. La audiencia comprende la razón del increíble fraude (3).

Con ese espíritu surgen grupos como los “indios metropolitanos”, los mao-dadaístas, los parodistas, los “perros sueltos”, que se expresarán, por ejemplo, mediante el "totoísmo revolucionario", el uso masivo de la ingeniosa máscara del popular comediante Totò, anticipando la máscara de Vendetta. El anonimato y la heteronimia se presentan como recursos que contribuyen a comunalizar actitudes y presencias y a entorpecer la individuación mediática. Los “indios metropolitanos” adoptaron nombres como Pluma negra o Pico sutil, tomando prestada la iniciativa de un grupo de obreros que en 1974 ocupó las instalaciones de la fábrica turinesa de la FIAT Mirafiori con el rostro pintado mientras se hacían llamar Carro loco, Biela veloz o Torre sentada. Disfrazados cómicamente, los estudiantes boloñeses hacían de las manifestaciones una fiesta donde el lenguaje irónico y paródico desacreditaba los discursos de la derecha, de la iglesia, de la policía, de los jueces, del empresariado, pero también los de la izquierda oficial, irrumpiendo en actos donde los cuadros del PCI y de sus centrales sindicales prometían orden obrero. Los eslóganes indios sobre el régimen laboral –“Más trabajo, menos salario”, “Ya es hora, ya es hora, la miseria al que trabaja”–, o sobre la figura de Luciano Lama, todopoderoso sindicalista comunista –“Lama, no te vayas todavía, queremos más policía”; “Lama o no Lama, nadie lo ama”–, desquiciaban a la ortodoxia marxista, descolocada ante estas nuevas poéticas políticas.

Efectivamente, fue en el lenguaje concebido como agente de competencia pública por donde el movimiento autonomista italiano insertó nuevas coordenadas en el tejido político. Un contra-lenguaje que se expresó en las calles, en carteles, revistas, fanzines, y estaciones de radio, casi siempre mediante el registro satírico propio del détournement, de la dislocación de sentidos, tomando el lenguaje oficial, político, mediático y publicitario, y subvirtiéndolo a través del desvío de sus sentidos originales, aplicando pequeños cambios y modificaciones a los términos empleados por políticos o empresarios, fácilmente reconocibles por todo el mundo. Las “radios libres” –adalides junto a las revistas de este tipo de acciones (4)– surgieron a millares en todo el territorio italiano a consecuencia de la derogación del monopolio estatal del espacio radioeléctrico por parte del Tribunal Constitucional en 1974. Sólo cuatro años después, la mayoría de aquellas emisoras independientes ya habían desaparecido –una gran parte a causa de la censura–, dejando el campo libre para la llegada arrolladora de los nuevos talentos del entretenimiento mediático, liderados por Silvio Berlusconi. Una de los nodos más fulgurantes del Movimiento del 77 fue precisamente protagonizado por una estación boloñesa, Radio Alice, con resonancias a Alicia en el país de las maravillas, a partir de la lectura de la novela hecha por Gilles Deleuze en 1969 mediante una reflexión del simulacro como potencial resorte liberador. Radio Alice inició sus emisiones en 1976 parcheando un viejo aparato emisor del ejército americano, siendo clausurada por la policía el 12 marzo de 1977 después de que emitiera en directo la tumultuosa contestación juvenil a la muerte del estudiante Francesco Lorusso por balas de agentes el día anterior; una emisión realizada gracias a la participación telefónica y anónima de multitud de personas. Los carabinieri acusaron a la emisora de guiar las protestas y de revelar la estrategia policial en directo, algo que se demostró era falso, aunque el hecho, en el fondo, desvela una vez más la capacidad de los nuevos medios técnicos para invertir las lógicas espacio-temporales de la comunicación pública cuando se adoptan como canales dedicados a transformar la relación y el equilibrio entre lo real y lo falso en un régimen escópico de control. 

El lenguaje creativo del 77 representó el feliz encuentro de dos modos de repensar lo social y de ver la política: el que quiere cambiar las cosas, y el que quiere cambiar la relación con las cosas: “La práctica de la felicidad se convierte en subversiva cuando es colectiva”, decían. La exploración libre de la realidad llevada a cabo por gente como la de Radio Alice se manifestó en un nuevo entramado de vivencia mediática entre los participantes, en donde la subjetividad no quedaba constreñida a la singularización, expresándose así “objetivamente”. Se trataba de “hacer saltar la dictadura del Significado”, en palabras de entonces. No obstante, esta pesquisa colectiva sobre lo real adoptó también una actitud consciente y alerta sobre la manipulación: la llamaron “contra-información”, originada a partir de los atentados fascistas que, en colusión con los servicios secretos, se presentaban en todos los medios como obra de grupos anarquistas y libertarios, poniendo al movimiento en la mira de la presión informativa. La contra-información consistió en la exposición de las argucias estatales, judiciales y mediáticas de las investigaciones, en la difusión de testimonios y en la identificación de los grupos ultras, dándole la vuelta al mensaje oficial, a veces sin dejar de utilizar el lenguaje oficial:

Finjamos estar en el lugar del poder, hablemos con su voz, emitamos señales como si fuésemos el poder, con su tono de voz. Produzcamos información falsa que revele lo que el poder esconde, información capaz de producir la revuelta contra la fuerza del discurso del poder (...) Reproduzcamos el juego mágico de la verdad falsificadora para decir con el lenguaje de los medios aquello que quiere ser conjurado. Basta un desvío mínimo para que el poder devele su delirio (5).

Las prácticas boloñesas de la subversión lingüística bien pueden considerarse una suerte de teoría contemporánea general de lo falso como competencia pública y política. En el reconocimiento de un lenguaje público que oculta significados y prescribe sentidos, surge la alternativa de una expresión subjetiva y colectiva que altere la relación entre la verdad competente y el resto de verdades convocables (que no son como se espera). Al no reconocer la factualidad, el lenguaje autorizado se construía por apariencia, y mediante su propia apariencia debía ser destruido. El fake pronto se convirtió en piedra de toque de numerosas prácticas autonomistas. En 1976, Angelo Pasquini y Piero Lo Sardo escriben Il movimento e il falso. La falsificazione del sistema informativo. En 1977, el colectivo formado por Radio Alice y las revistas A/Traverso, Zut e Il Male (6) desarrolló una serie de experiencias acerca de los "signos e informaciones falsas que producen eventos verdaderos” mediante una agencia llamada CDNA (Centro di Diffusione di Notizie Arbitrarie), cuyo objetivo era fabricar engaños e insertarlos en los medios de comunicación, empezado con campañas para la abolición de la (supuesta) ley que prohíbe las noticias falsas.

En 1978, tras la eliminación de la selección italiana contra Holanda en las semifinales del Mundial de fútbol, lo que aparentaba ser el diario deportivo El Corriere dello Sport publicaba a siete columnas la anulación del Campeonato tras la detección masiva de doping en los análisis de orina de los jugadores holandeses. Miles de personas lo festejaron en las calles romanas, y siguiendo el consejo del falso ejemplar del diario, colgaron la bandera tricolor en ventanas y balcones. Un año después, en respuesta a la violenta campaña del estado italiano para criminalizar el movimiento autonomista tras el asesinato del presidente de la Democracia Cristiana, Aldo Moro, por las Brigadas Rojas, se realizaron tres aparentes ediciones de Il Giorno, La Stampa y Paese Sera que salieron a la calle con una bomba informativa: “UGO TOGNAZZI, ARRESTADO COMO JEFE DE LAS BRIGADAS ROJAS”. Tognazzi, uno de los grandes actores de la comedia italiana, y que se prestó a protagonizar esta bufala de la revista Il Male, aparecía detenido y esposado junto a un ingente número de policías mientras se declaraba “prisionero político”. Poco después, en la calle empezaron a correr ejemplares de La Reppublica con el siguiente titular: “EL ESTADO HA MUERTO. El Presidente Leone abandona precipitadamente el Palacio del Quirinal. Cerrados el Congreso y el Senado. 250 mil agentes del orden, desocupados. La Magistratura y el Ejército ya no existen. Agitación y miedo en los ayuntamientos. Las escuelas cerradas indefinidamente”. El editorial, firmado por su director, Eugenio Scalfari, se titulaba “El fin de un mundo”. Scalfari llamó a la dirección de Il Male hecho un basilisco.

En 1979, Il Male falsifica la revista polaca Trybuna Ludu y la distribuye en Polonia con motivo de la visita del Papa Juan Pablo II. Trybuna era el periódico oficial del Partido Unificado de los Trabajadores Polacos, a la sazón en el gobierno. El diario declaraba la renuncia del Primer Secretario del Comité Central del Partido, Edward Gierek, en favor del Papa Wojtila, nominado para la ocasión nuevo Rey de Polonia. En portada, Gierek, en un artículo con su firma, admitía que "Wojtyla es mejor que yo", y ponía de relieve que la transición a la monarquía no era preocupante ya que en el fondo era la forma de gobierno de una democracia popular como la comunista. El "viaje polaco" de Il Male acabó con persecución policial y fuga apresurada. Vincenzo Sparagna, impulsor principal de aquellos eventos, manifestaba:  “Las invenciones tienen el objetivo de desacreditar las instancias que se creen amas de la verdad y atacar su autoridad. Entre el consenso y el disenso se abre un amplio espacio para lo que se podría denominar momentos de expresa desconfianza. Estos constituyen un campo ideal para la falsificación. Las noticias falsas no permiten ni aprobación ni rechazo. Socavan la relación de confianza que la política y los medios pretenden establecer” (7). El fake no permite aprobación ni rechazo mientras vive, como el phántasma que tanto temía Platón, porque no puede ser adscrito ni a lo verdadero ni a lo falso.

Aquellos años italianos alumbraron una conciencia del rol productivo de la información: “Se trata de subvertir la fábrica informativa, de derrocar el ciclo de la información, de la organización colectiva del conocimiento y de la escritura”. Las lecciones de política semiótica plantadas por Eco o Fabbri florecerán de forma exponencial. En 1978, Fabbri publica en Le Monde diplomatique un artículo titulado “Pour une guérilla sémiotique”, en el que dice:

Nosotros, semióticos del lenguaje, nos oponemos radicalmente al modelo económico de la teoría de la comunicación; nos oponemos a términos como ‘producción’ de sentido, por ejemplo, porque el sentido no funciona según el modelo de la economía. En el sentido encontramos esto: provocación, desafío, sublimación, falsificación, parodia, fascinación, etc.; ninguna de estas categorías es económica (8). 

Para Toni Negri, por ejemplo, la productividad social era “aspirada” por los canales de comunicación de forma que los saberes colectivos quedaban insertos en la cadena de producción. Por consiguiente, el sabotaje debía trasladarse de las máquinas de las antiguas fábricas a las de las nuevas factorías, las destinadas a convertir la productividad social en una bella utopía, aquellas que escriben el futuro. La batalla propuesta por los medios, dirá Franco Berardi, se produce más allá de la política, liberada finalmente de cualquier vínculo con la verdad, liberada de toda correspondencia con la realidad, igual que ocurre con la guerra del dinero, desasido ya de toda equivalencia desde que se abandonó el patrón oro en 1971. Las nuevas campañas se producen, por consiguiente, en el simulacro, “proyectando un número infinito de escenarios en la pantalla de la imaginación masiva”: “Es en ese territorio de la imaginación donde se libra la verdadera guerra. En un lado está la Disuasión (el poder infinito del Estado, el ojo que todo lo ve, el cerebro que todo lo sabe, la mente que todo lo imagina), por el otro está la Liberación de las energías creativas de un proletariado cuyo potencial intelectual es inmenso, pero cuyas condiciones de existencia material son estrechas y miserables” (9). Los medios eran ahora los responsables de la expropiación de la comunicación, y sobre ellos cabía urdir una guerrilla con el ojo puesto en “sabotear el cerebro productivo y político, la organización cibernética del control” (10), proclamando, por el contrario, una realidad delirante mediante un principio de proliferación. “Una carcajada os enterrará”, rezaba una pintada boloñesa. La diputada comunista Maria-Antonietta Macciocchi escribía lo siguiente en 1979, fascinada por el nuevo lenguaje: “Cada palabra expresaba el rechazo de la sociedad legal con sus fuerzas empadronadas, enmarcadas, su lenguaje político enrarecido, su elocuencia ciceroniana, lenificante y tranquilizante. Aquello era la explosión de otra imaginación lingüística, de una lengua reinventada que hablaba por todas partes y cada vez más” (11). El lenguaje como medio productivo es el nuevo régimen que la alianza entre capital y poder aspira a establecer a finales de los años 1970 y principios de la década siguiente. Ante esa coyuntura, la acción autonomista proyecta el lenguaje no como medio sino como práctica, como terreno material en el que “modificar la realidad, las relaciones de fuerza entre las clases, la forma de relaciones interpersonales, las condiciones de lucha por el poder” (12).

Al iniciarse la década de 1980, cuando el Movimiento ya se había diluido a causa de las persecuciones judiciales y la desbandada ideológica, algunos miembros de Il Male, capitaneados por Vincenzo Sparagna y que habían fundado la revista Frigidaire (13), prosiguieron su estrategia falsaria en proyectos internacionales que demandaban extensas redes de colaboración, un aspecto que será central en las nuevas formas de activismo social que tomarán cuerpo en los años 1990. En 1982, los escritores y activistas rusos Vladimir Bukowski y Savik Shuster, entusiasmados con el potencial del fake, proponen a Sparagna una acción en Afganistán, en aquellos días sometida a la invasión y ocupación militar soviética. La operación consistió en la edición e impresión de un número falso del diario oficial del Ejército Rojo, Estrella Roja, y su distribución entre los soldados rusos en el frente. La acción desarrollada en colaboración con los muyahidines afganos pero también con pacifistas rusos, muy cerca de las líneas de combate, comportó grandes riesgos y costes, aunque fueron recuperados con la venta de los derechos de publicación de la historia en España y Francia. En portada, se leía el titular “BASTA DE GUERRA. TODOS A CASA”. La edición, que cumplía escrupulosamente la maquetación, tipografía y estilo oficial del diario, presentaba la historia de los hermanos Chonkin, que habían inducido al sueño a los oficiales de toda la URSS gracias a una misteriosa solución disuelta en sus comidas, dejando así a los soldados rasos las manos libres para detener la guerra. En la columna editorial se leía: “Al leer estas noticias pensaréis que en la redacción nos hemos vuelto todos locos. Pero no es así. Es la realidad la que ha enloquecido de golpe. Nosotros solo buscamos adaptarnos. Por otra parte, ¿cuándo Estrella Roja os ha dado noticias verdaderas? ¿Os hemos dicho alguna vez que nuestras tropas habían invadido Afganistán? ¿Que en esta guerra ya han muerto centenares de miles de afganos y veinte mil soldados soviéticos? ¿Que los combates en aquel lejano país consistían a menudo en meros bombardeos de pueblos desarmados e inermes?” (14).

Las huellas que dejaron este tipo de actividades de infiltración y desorientación fueron profundas y permearon en nuevas formas de hacer entre los grupos surgidos en años posteriores, que además de estar conectados a las experiencias producidas en torno a la psico-geografía (Londres, Berlín, Nueva York) actualizaron conceptos y formatos de “guerrilla comunicativa” en los nuevos medios surgidos en los años 1990, ya sea en relación a los nuevos formatos de infotainment (entretenimiento informativo), ya sea mediante la exploración de los nuevos órdenes de discurso nacidos al calor de Internet. Inmejorable ejemplo de estas cuitas fueran las acciones de grupos anónimos como Luther Blissett, que no solo operará en Italia sino que recibirá múltiples complicidades internacionales.

Sin embargo, las lecciones lingüísticas italianas de 1977, desde luego no fueron patrimonio exclusivo del activismo. Ya en los años 1980, el empresario Silvio Berlusconi las aplicará sin restricciones en su imperio editorial y televisivo y, más tarde, durante su etapa como presidente del gobierno italiano, creando un juego de engaños, desmentidos y contramentiras que hará prácticamente imposible hablar ya de noticias, haciendo saltar por los aires los formatos de veracidad tradicionalmente exigidos a las administraciones públicas y a los medios de comunicación. Berlusconi añadió nuevas fórmulas de intoxicación al catálogo ya clásico de las manipulaciones de los estados, teniendo presente la nueva esfera mediática, en la que no sólo no se puede censurar completamente la crítica, sino que el poder la mima y la cultiva para convertirla en un jardín. Berlusconi hará de la crítica su propio modus operandi, difundiendo un lenguaje de emociones y sorpresas, a caballo de una prensa sensacionalista que buscando los efectos de autenticidad, sinceridad y proximidad, eclipsará las supuestas virtudes de la objetividad crítica en el discurso público. Es lo que ha venido en llamarse la era de la posverdad, que no es otra cosa que uno de los últimos estadios de una larga guerra del liberalismo: privatizar la verdad, desvinculándola de potenciales equivalencias sostenidas en comunidad. Se trata de una batalla para poner a todos de acuerdo en que no hay más verdad que la que es útil. Y para ello, nada mejor que desvincular el lenguaje de todo contexto que le de un sentido de permanencia. Walter Benjamin, en su visita a Moscú entre 1926 y 1927, ya apreció la enorme voluntad del poder para acabar con la capacidad comunicativa del lenguaje mediante la distorsión del “marco”: “El desarrollo del aspecto comunicativo de la lengua sin un contexto que lo incluya conduce inevitablemente a su destrucción” (15). La gran virtud del movimiento autonomista italiano, en la estela de las tesis surgidas en Mayo del 68, fue precisamente explorar una mutación no tanto en el lenguaje sino en la forma de concebir un contexto común para alcanzar un nuevo sentido mediante el que el lenguaje se sustrajera a unas falsas hipotecas y pudiera producir sentidos vinculados a sus hablantes. Y en eso estamos aún.

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* Este texto es un fragmento adelantado del libro La competencia de lo falso. Una historia del fake que el autor publicará en el mes de septiembre de 2018 en la editorial Cátedra (Madrid). Agradecemos a Raúl García Bravo, de Cátedra, la autorización para su publicación en Campo de Relámpagos.

(1) Macciocchi, Maria-Antonietta (1979). Después de Marx, Abril. Valencia: Pre-Textos, p. 21.

(2) Sobre el espectro en relación con su competencia de verdad, ver Marzo, Jorge Luis (2017). “Los fantasmas adelantan el reloj”. En Marzo, J. L. (ed.). Espectres. Barcelona: Ajuntament de Barcelona, GREDITS, pp. 129-200. Disponible en http://www.soymenos.net/Espectres.pdf

(3) Lotringer, Sylvère; Marazzi, Christian (eds.) (1980). Autonomia. Post-Political Politics. New York: Semiotext(e), pp. 214-216.

(4) Algunas de las emisoras más activas fueron Radio Alice y Radio Onda Rossa en Bolonia; Radio Città Futura en Roma; Radio Popolare y Canale 96 en Milán; Controradio en Florencia; Radio Sherwood en Pádua. De entre la innumerable cantidad de revistas y publicaciones, cabe citar: Cannibale, l'Avventurista, I quaderni del sale, Il Male, Zut, A/Traverso, Wow, Bilot, Oask?, Per il potere operaio, Rosso, Ombre rosse, Vogliamo tutto, Finalmente il cielo è caduto sulla terra, Re Nudo, Pantere Bianche, Robinud, Hit, Internazionale situazionista, Poesia metropolitana, Puzz, Wam, Abat, Jour, Strippo teorico, Brescia, Senza Famiglia, Materiali, Rizoma, Frigidaire

(5) Berardi, F.; Guarneri, E. (eds.) (2002). Alice è il diavolo: storia di una radio sovversiva. Milán: Shake, p. 59.

(6) A/Traverso estuvo formada inicialmente por Franco Berardi, Stefano Saviotti, Luciano Capelli, Claudio Cappi, Paolo Ricci, Guerrino Matteo, Mauricio Torrealta, Marzia Bisognin. Por su parte, la revista Il Male, por Pino Zac (Giuseppe Zaccaria), Jacopo Fo, Vauro Senesi, Andrea Pazienzia, Vincino, Vincenzo Sparagna.

(7) Grupo Autónomo A.F.R.I.K.A., Luther Blissett y Sonja Brüzels (2000). Manual de la guerrilla de la comunicación. Barcelona: Virus, p. 121.

(8) Fabbri, Paolo (1978). “Pour une guérilla sémiotique”. Le Monde diplomatique, nº 292, p. 35.

(9) Berardi, Franco (1980). “Anatomy of Autonomy”. En Lotringer, Marazzi, op. cit., pp. 148-170.

(10) Balestrini, Nanni; Moroni, Primo (2015). L’orda d’oro: 1968-1977. Milano: Feltrinelli, p. 13.

(11) Macciocchi, op. cit., p. 115.

(12) Fernández, María Cecilia (2007). Comunicación, subjetividad y autonomía en el activismo mediático italiano: de las radios libres a la red telestreets: 1977-2004. Tesina de grado. Buenos Aires: Universidad de Buenos Aires, p. 54.

(13) Frigidaire fue fundada en 1980 por Vincenzo Sparagna, Stefano Tamburini, Filippo Scòzzari, Tanino Liberatore, Massimo Mattioli y Andrea Pazienza.

(14) Sparagna, Vincenzo (2001). Falsi da ridere. Roma: Golena

(15) Benjamin, Walter (2015). Diario de Moscú. Buenos Aires: Godot, p. 64.

 

Pies de foto:

1- Portada del número falso del Corriere dello Sport, 1978. Obra del colectivo Il Male.

2- Portada del número falso del Paese Sera, 1979. Obra del colectivo Il Male.

3- Portada del número falso de Il Giorno, 1979. Obra del colectivo Il Male.

4- Portada del número falso de La Repubblica, 1978. Obra del colectivo Il Male.

5- Portada del número falso del diario Estrella Roja (Ejército soviético), 1982. Obra del colectivo Frigidaire.