Entre Königsberg y Tlatelolco

Eva Lootz

Publicado el 2020-02-09

“La vida es indomable, es el lugar de la invención, de la diferenciación eterna”.

Vaya esa cita por delante.

La Crítica visual del saber solitario* de Aurora Fernández Polanco es un libro para arremangarse y revitalizarse pensando cuando amenaza el desaliento, un libro que recomendaría a cualquiera que está a punto de tirar la toalla por el ambiente de cinismo y de consumo que nos envuelve, resignándose a pensar que el capitalismo globalizado es invencible, que la enfermedad de nuestras sociedades es tan profunda que no tiene cura, y así hundirse en el agujero negro de un supuesto apocalipsis inminente. 

Lo que caracteriza a este libro es ser un campo lleno de grietas, de bocaminas diría incluso, que llevan a otros niveles del terreno, trampillas que muestran vías de fuga, con solo abrirlas e introducirse en ellas conducen a micro-mundos que vale la pena explorar.

En todo momento el libro  hace sentir el hormigueo de la vida y el empuje hacia nuevas formas de convivir y la voluntad de encontrar otras maneras de aprender y de enseñar y hace oír el crujido de los bloques hegemónicos que se van desmoronando al perder su antigua cohesión.

Se trata de un libro lleno de gente, es el libro más “poblado” que he leído en años, una verdadera multitud es la que se asoma y llega a tener voz en este libro, cada integrante de esta asamblea con nombre y apellido propio.

Despliega geografías de la resistencia, tanto históricas como recientes: Contrafilé en Brasil, huelgas en la Universidad Autónoma de Chiapas en México, New World Academy en Holanda, Chto Delat en Rusia, Vincennes y Nuit Debout en Francia, Busenattentat en Frankfurt, Womanhouse en California, Tentativa Artaud en Chile, iniciativas en Perú, en Madrid, en Barcelona…

Personalmente agradezco la insistencia en el tema de lo decolonial frente al que, a ambos lados del Atlántico, creo que seguimos bastante adormecidos, máxime cuando estamos en plena ola de neocolonialismo, agradezco el énfasis en revisar nuestros esquemas mentales, pues en nuestra educación iba incluida, más o menos abiertamente, el “orgullo” de la supremacía blanca, logocéntrica y, por supuesto, masculina. Volveré sobre este tema más adelante.

Agradezco a Aurora que me haya puesto sobre la pista de activistas como Silvia Rivera Cusicanqui, Aura Cumes y otras que nos hacen ver la otra cara de lo que llamamos Historia o, de que me haya enterado de la existencia de una Enciclopedia de la nocividad (L’Encyclopédie des nuisances), una editorial post-situacionista cercano al anarquismo. Está claro que el espectro de este libro es muy amplio.

Aunque en relación con lo decolonial en mi caso llueve sobre mojado, pues ya hace años me paró en seco una frase, escuchada a un nativo colombiano en la proyección de un video, que desgarró mis entretelas mentales. La frase decía: lo que ellos llaman SU HISTORIA ha sido NUESTRO CALVARIO! Y, claro, comprendí de inmediato que la historia a la que se refería este habitante de la selva colombiana es la que me enseñaron  en el instituto.

Me pregunto: ¿se enseña AHORA de otra manera?

Decía Frantz Fanon, psiquiatra y pionero del pensamiento descolonial en su libro Los condenados de la tierra en 1961:

 «La opulencia europea es literalmente escandalosa porque ha sido construida sobre las espaldas de los esclavos. El bienestar y el progreso de Europa han sido construidos con el sudor y los cadáveres de los negros, los árabes, los indios y los amarillos.» 

Pero vuelvo al libro que aquí nos ocupa.

Me imagino que la autora pensó en mí para la presentación** por ser un ejemplar bastante “bien acabadito” de esa Bildung o formación centroeuropea de la que ella habla, habiendo crecido con todos los ingredientes que se le suponen al idioma alemán, con el poso de ilustración que dejara el de Königsberg, la Bildung, ese concepto con cuyas luces y sombras comienza el libro y al que se dispone a desmenuzar; preguntándose qué es lo que todavía hoy nos sirve y qué es lo que más vale tirar por la borda sin pensárnoslo dos veces.

Inevitablemente este repaso tuvo el efecto de despertar viejos recuerdos, de verme haciendo catas en mi particular episteme centro-europea.

De pronto tuve una pequeña iluminación, yo que creía que el cemento de mi subsuelo intelectual estaba lisa y llanamente fraguado dentro del idioma alemán, con el bagaje de baladas, poemas y lieder que me sé de memoria, de pronto, y gracias al azar de repasar el cine de Béla Tarr concretamente, caí en la cuenta de que en realidad siempre fui huérfana de la que tenía que haber sido mi lengua materna, cuyo sonido me es familiar y en la que sé cuatro frases pero que no entiendo: el húngaro. Comprendí de pronto que me había perdido todo el registro emocional del calor familiar, nunca conocí a ninguno de mis abuelos, todo un abanico de palabras estaba ausente, resonaban en mi memoria palabras muy dulces y recordé que la única vez que sentí eso de estar “en casa”, envuelta por el suave algodón de “los míos” fue en la casa de mis tíos en Budapest y sentí ese agujero, ese vacío. 

Y es que las lenguas se transmiten por vía materna y la lengua materna de mi madre era el húngaro. Ella no me lo transmitió porque creía que si me lo enseñaba me iba a crear una desventaja con el alemán en el que me tenía que desenvolver.

Es curioso que esto me haya salido al paso ahora cuando estoy trabajando sobre las lenguas minoritarias, las lenguas vulnerables y en peligro de extinción, las lenguas que no se transmiten porque a los pueblos originarios se les ha machacado durante cinco siglos la autoestima y el conocimientos de su propia tradición; son lenguas que no tienen el respaldo de un ejército o de una cadena de televisión, lenguas que como no adquieran presencia digital en el futuro inmediato están condenadas a la desaparición definitiva. Este será el tema de una de las salas de mi próxima exposición.

Pero, pensándolo bien ¡bendita orfandad la mía! porque ahora pienso que es lo que se convirtió en el motor de mi rebeldía y el origen de mi inconformismo, aquello que hizo crecer en mi un deseo tan vehemente como ingenuo de ser salvaje y, también, ciertamente, —debe de estar en el origen de mi dificultad de integración social.

El saber que simplemente por el hecho de ser mujer —y aquí vuelvo al tema del patriarcado— y, por mucho que estudiara, era muy poco probable que una mujer pudiera acceder a las praderas soleadas de del olimpo, me ha acompañado de manera subliminal durante todos los años de mi formación. Para dejar esto claro bastaban los libros de texto o los libros de historia del arte que había en casa o los panteones de los “hombres ilustres”.

Para una mujer no había una vía natural hacia el ágora como no fuera por el rodeo del pensamiento masculino. Aurora Polanco lo expresa con gran precisión: “La cartilla de recetas para una vida emancipada llevaba incluido el carnet de ingreso en la cultura patriarcal.”

En esta frase me sentí retratada porque, desde luego, ese peaje lo pagamos hasta el último céntimo las mujeres de mi generación. 

Allí estaban los “prohombres” y los íbamos a escuchar, Heidegger sin ir más lejos, aquella mañana de domingo sobre el escenario del Burgtheater de Viena, rodeado por la aureola de su fama, hablando sobre Stefan George —yo tenía 17 años— y aquel hombrecito que con su traje gris me parecía más bien un empleado de sucursal bancaria, que, sin embargo, en cuanto abría la boca ponía la mente a mil por hora, recuerdo el esfuerzo que hice por seguirle el discurso, para no perderme una palabra de aquella charla de la que ahora no recuerdo nada, —me faltaban, por supuesto, una serie de conceptos—, pero fue la causa de que poco después me matriculara en filosofía pura; sin embargo, no duré mucho, deserté a los pocos semestres y me fui a la escuela de cine.

Los “prohombres” por supuesto era una especie bien poblada, recuerdo a Thornton Wilder, a Jean Cocteau, a Friedrich Dürenmatt…

Ni una sola mujer…

Quizás, la muy querida Hanna Berger, pero la enseñanza que ella impartía iba del cuerpo, nos enseñó mimo, poesía del cuerpo, escrita con los grandes arcos de la respiración, trasmitida en silencio en aquel estudio de la calle de los argentinos y aquello era otro cantar.

¡Recuerdo con qué alegría, casi diría que con qué júbilo, compré el libro de Celia Amorós Hacia una crítica de la razón patriarcal, debió de ser a mediados de los años 80, cuando ya vivía en España. Era un libro más “académicamente filosófico” que el Segundo sexo de Simone de Beauvoir, pero por eso mismo pensé que cogía el toro por los cuernos.

En resumidas cuentas, todo ese trasfondo, que en principio hacía de mí un buen ejemplar de la Selbst-bildung solitaria, poco a poco y, last but not least, gracias al hecho de ser mujer, hizo que se asentara en mí una consciencia política. 

Tal vez por haberme escapado por los pelos del “terciopelo burgués” me gusta especialmente el capítulo que se llama “Aquel endiablado párrafo de Benjamín” donde ella localiza en el autor de las Tesis sobre la filosofía de la historia la contradicción existente entre la distracción y la contemplación, vivida por él mismo en carne propia, y al rojo vivo. Y lo paradójico de su pensamiento es precisamente lo que hace la riqueza de este autor y que volvamos a él una y otra vez. 

En el capítulo mencionado me quedo con la frase: 

porque lo que queda claro en la postura marxista de Walter Benjamin es algo que no acabamos de creer después de tanto citarlo; y es que todo acto estético ha de salirse del orden dispuesto por el capital, es decir, organizado para el disfrute de unos pocos que siguen viviendo en sus estuches de terciopelo sin percibir que la vida del espíritu se iba a ver afectada por las masas, el caos y el nerviosismo de la vida moderna.

También da que pensar el capítulo “Oficios versus Bellas Artes en el que la autora plantea revisar la jerarquización epistémica de las artes. Propone “rescatar...los sentidos y… las técnicas, siempre en inferioridad de condiciones frente al logos de la ciencia y el inefable ‘no sé qué’ del arte”. Es decir, pone sobre la mesa la separación bellas artes y artes aplicadas. Afirma que: 

no se trata de volver a las minas o a los astilleros; tampoco de pensar que nuestro capitalismo sea únicamente cognitivo, sino de retomar los “oficios” del lado de la buena vida y no al servicio de la producción: los huertos urbanos, la agricultura del terruño, la autoedición de libros...

Más adelante

que otras formas de conocimiento encuentren legitimidad en una Academia de las Artes no ya establecida como nueva unión de dos mitades escindidas (bellas artes y oficios), sino desde una dinámica que repiense un proceso de reconversión estética, política , ecológica y epistémica.

Hablando de la ELIA (European League of Institutes of the Arts) de nuevo una decidida llamada de atención sobre la necesaria descolonización:

El nuevo conocimiento y la Europa creativa parecen obviar además la necesidad de que toda investigación artística se plantee desde una radical descolonización de los saberes y una no menos estricta conciencia de estar atrapados en la abstracción del capital como una relación social total.

Pero vayamos ahora con el malestar que muchos sentimos con respecto a la universidad.

A Aurora le importan las futuras generaciones y le importa la enseñanza. Y con la buena dosis de humor y el ímpetu que la caracterizan está formando en BBAA un espacio que sospecho que se parece bastante a la “piccola e moderna universitá” que Pasolini tenía en mente y por la que un@s cuant@s firmaríamos inmediatamente.

Pero me pregunto ¿es esto posible?

No será que ¿los impedimentos están en las mismísimas estructuras que el neo-liberalismo le imprime a esta institución, que, desde por lo menos los años 80, lleva camino de gestionarse como una empresa, que, inexorablemente pospone el valor del conocimiento a la generación de beneficio?

Pero, hic rodhus, hic salta! 

Dicho en plata:

¡Aquí está el Ródano, aquí es donde tienes que saltar!

Aurora Polanco es una amazona intrépida, una Hipatia generosa con una inclinación natural para ir al grano, que me gusta mucho, y sabe despejar el panorama de antiguallas, fruslerías y pretenciosidad, y todo aquello que se detiene en pamplinas. No sé si he leído bien su libro, tal vez esté completamente equivocada. Pero me da la impresión que lo que ella hace es introducir algo del “principio tertulia” a los callejones sin salida de la Academia. 

¿Acaso no es el “principio tertulia” la versión casera o mediterránea de la distracción benjaminiana?

Siempre he pensado que la tertulia es uno de los grandes inventos que España le ha regalado al mundo, a saber: la siesta, la guerrilla, el gazpacho y la tertulia –y el cante jondo, por supuesto.

¿Qué es una tertulia?

Pues básicamente un lugar bajo cubierta, donde personas formadas, —también podríamos decir “cultas”—, se reúnen y dejan sueltas las cuerdas de las ideas, donde se produce un cierto caos, una serena algarabía, donde pasa lenta la tarde, irrumpe el camarero trayendo el café, donde alguien dice algo, otro retoma el hilo, aún otro cuenta un chiste, alguien se levanta y se va, de pronto en una frase salta una chispa que otro, mucho más tarde, recogerá…

En definitiva: una manera fantástica de regresar a la confusión y al vacío y eso es lo importante. 

Lo he aprendido de Jean François Billeter, interpretando a Zhuangtsi: es vital saber regresar a la confusión y al vacío cuando nuestra actividad consciente está estancada o en un callejón sin salida, cuando ha quedado encerrada en un sistema de ideas forzadas o proyectos irrealizables.

“Hay que saber hacer el vacío para producir el acto necesario”.

A Occidente le pasa exactamente eso: su pensamiento está estancado y en un callejón sin salida, se ha quedado encerrado en un sistema de ideas forzadas y en proyectos irrealizables.

Según mi experiencia, si vas a por unas metas de manera directa te equivocas siempre; la Academia, los métodos del patriarcado implican ir a por las cosas por el camino más corto y de manera directa, lo que a la larga produce un infinito movimiento pendular, utopías que acaban siendo desastrosas; en cambio aprender a hacer el vacío es “unirse a las metamorfosis de la realidad”.

¿Qué pensar sobre el tema de la creciente digitalización? El frenesí tecnológico que a tantos deslumbra, y la progresiva matematización de los lenguajes, Peter Weibel muestra la curva que comienza en Leibniz y que hoy culmina en la Inteligencia Artificial, desarrollo que sin duda modificará la percepción de los humanos, pero no tiene porqué eliminar la cognición sensible sino debería poder convivir con ella. Siempre y cuando, claro está, que estemos atent@s y cito a Remedios Zafra en Ojos y capital: “la sintonía entre patriarcado y capitalismo como pareja que se retroalimenta de las desigualdades y que, con tal de mantenerse en el poder, intenta valerse de las revoluciones tecnológicas para perpetuar su dominio” .

La apuesta es compleja y nadie nos va a ahorrar el tener que discernir. Podemos ahora deletrear las aportaciones del feminismo y Polanco lo hace. Por mi parte diría que el feminismo le ha hecho a la cultura occidental el enorme favor de reintroducir el cuerpo a la hora de pensar, el senti-pensar y la escucha, le ha hecho ver que no sirve pensar dejando tantas cosas en el armario, ha llamado la atención sobre los cimientos, sobre la necesidad del cuidado, sobre lo colectivo, lo emocional, lo sencillo, lo pequeño, lo mínimo. 

En cuanto al feminismo lo que me preocupa es lo siguiente:

¿Sabrá el feminismo resguardarse de la tentación de dejarse asimilar por las estructuras duales de nuestra tradición, las de la tradición cartesiana que opone teoría y praxis, naturaleza y cultura, materia y espíritu, cuerpo y mente, femenino y masculino? ¿Sabrá no caer en esa oposición feminismo versus patriarcado, no tomando nota de que no se trata de eso? Malentendido en el que he visto caer a muchos varones y algunas mujeres también y con ello quedar encerrado en un mundo antiguo y mecanicista, o realmente hemos comprendido las feministas la diferencia que supone asumir el clinamen, ese concepto de Demócrito que Michel Serres explica tan bien en Lucrecio o el nacimiento de la física. El clinamen significa esa minúscula desviación de una fuerza que da lugar a que se forme una turbulencia, movimiento casi imperceptible que desencadena imprevisibles agitaciones moleculares y microscópicas. Este concepto indica un cambio de paradigma, en el terreno de la física significa el paso de una física de los sólidos a una de los fluidos; mientras que aplicado al pensamiento se inserta en lo que podemos llamar el advenimiento de un nuevo materialismo, que para mí significa ser realmente contemporáne@s.

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Imagen de portada: Judy Chicago y Miriam Schapiro en la Womanhouse.

* Aurora Fernández Polanco, Crítica visual del saber solitario, Consonni,  Bilbao, 2019.

** El presente texto es una versión de la escrita para la presentación del libro. (N de la E)