Emergencia generacional / reflexiones sobre la práctica de la arquitectura

Andrés Carretero

Publicado el 2018-03-11

A lo largo del tumultuoso año 2017, y en continuidad con el anterior, una cierta voluntad revisionista, una pulsión de recapitulación ha caracterizado a algunas de las más interesantes publicaciones en el ámbito de la teoría y la crítica de la arquitectura, con un objetivo compartido: reflexionar sobre “el estado de las cosas” en la disciplina arquitectónica en lo que va de siglo, esto es, teniendo en cuenta los importantes cambios sistémicos que se vienen sucediendo con intensidad creciente, y sus implicaciones políticas. La proliferación discursiva en arquitectura ha experimentado un aumento exponencial a lo largo de este tiempo, fenómeno que encuentra su paralelismo histórico en las décadas de los 60 y 70 del siglo XX —con la crisis del petróleo de fondo—, como consecuencia de la paralización del desarrollo constructivo a nivel global y el consecuente aumento del desempleo. Cuanto menores son las posibilidades de llevar a cabo una práctica más o menos convencional desde el interior del mercado, mayor es la producción teórica desplegada. Tal vez se trate de una vía de escape para las potencialidades profesionales frustradas de toda una generación.

Conviene recordar que todo esto comenzó hace una década con una crisis de acumulación capitalista, cuando las formas de vida, y en particular el mundo del trabajo, se vieron obligadas (reacción conservadora mediante) a una adaptación progresiva al marco reforzado del tardocapitalismo, que se caracteriza por una fragilidad social atravesada por la precariedad y el desarraigo. La crisis, experimentada como cotidianidad en amplias áreas geográficas del planeta, ha tenido una expresión propia en la Europa del Sur, donde una generación ha crecido bajo un horizonte permanente de conflictos sociales, económicos y políticos. Sin embargo, esta precariedad no ha podido articularse de forma compartida, pues se le contrapone una subjetividad de corte individualista, en la que la supervivencia personal se impone con facilidad, sin demasiadas resistencias, sobre otra articulación posible, alternativa y emancipadora, de la existencia precaria, en la que la democratización y el reparto del trabajo realmente existente serían argumentos fundamentales.

En este contexto, uno de los textos más significativos ha sido Ya bien entrado el siglo XXI ¿Las arquitecturas del post-capitalismo?, del arquitecto, docente y crítico Alejandro Zaera-Polo. Respondiendo a un encargo de los editores de El Croquis, “el medio de expresión por excelencia del modelo de una práctica arquitectónica global que había consolidado el sistema de arquitectos-estrella”, (1) se hace eco de algunos cambios de paradigma que se han ido consolidando durante los últimos años: la distribución masiva y en tiempo real de las plataformas digitales de difusión, la crisis de las instituciones políticas de Occidente y su principio de representatividad, y la incipiente teorización del llamado “postcapitalismo”. Junto a otras publicaciones recientes, como Beyond beyond, el número 50 de la influyente revista Volume, coeditada por Rem Koolhaas, el planteamiento de Alejandro Zaera persigue acotar las potencialidades políticas de la arquitectura, por un lado, y explorar el problemático despliegue de las denominadas “prácticas emergentes” en el principio del siglo, por otro. Si el número conmemorativo de Volume se pregunta por el futuro de la práctica arquitectónica —y en particular por su relación con las nuevas generaciones—, el texto de Zaera revisa su estado actual. Se presenta como una caja de herramientas para navegar por la sobreinformación contemporánea, una que mapea e inscribe las prácticas arquitectónicas emergentes dentro de la arena política global, y que las selecciona por su capacidad para constituirse como alternativas a las inmediatamente anteriores, las hegemónicas en los años de esplendor neoliberal, y que parecen no tener fin. Si se conoce la trayectoria intelectual y profesional de su autor, uno de los últimos representantes de una generación plenamente consolidada, es interesante que dedique su atención a reflexionar sobre el presente y el porvenir inmediato de la arquitectura contemporánea en un momento como éste. Se trata, por lo tanto, de una propuesta generacionalmente sesgada, de parte:

La cuestión aquí es cuáles de estas prácticas han encontrado de verdad argumentos relevantes para ese futuro postcapitalista inminente, y cuáles se están limitando a reaccionar frente a las prácticas tardo-capitalistas. Como de costumbre, no tengo ninguna pretensión de objetividad o distancia crítica pseudo-científica. Ni soy un erudito, ni soy un crítico profesional y, por lo tanto, ésta es una pieza tendenciosa: estoy metido hasta el cuello en este mundo nuevo y salvaje, así que no se puede esperar de mí ninguna objetividad. A veces lo profesional se convierte en ideológico… (2)

El texto se expande a través de un elaborado aparato discursivo al que da forma una “brújula política de la arquitectura global”, coproducida por Guillermo Fernández-Abascal como un mapeado que “ilustre el estado contemporáneo de la disciplina”, que articula el conjunto de prácticas sancionadas en una serie de categorías de carácter político que se cruzan entre sí: tecno-críticos, tecnocráticos, cosmopolíticos, austero-chic, activistas, fundamentalistas matéricos, constitucionalistas, historicistas, revisionistas, escépticos/contingentes, populistas. Esta “brújula” se revisa periódicamente, en función de los retornos recogidos en las mesas de debate que vienen sucediéndose en diferentes localizaciones desde su publicación, y a través de una plataforma online dedicada a su actualización participada.

Alejandro Zaera-Polo y Guillermo Fernández-Abascal,  Brújula política de la Arquitectura Global 2016 , El Croquis 187, Madrid, 2016.

Alejandro Zaera-Polo y Guillermo Fernández-Abascal, Brújula política de la Arquitectura Global 2016, El Croquis 187, Madrid, 2016.

El planteamiento es ambicioso: de su voluntad totalizadora se deduce un deseo interpretativo poco frecuente en una cotidianidad saturada de información y ejercicios individualistas, donde el trazado de amplias líneas ordenadoras se encuentra con dificultades obvias. En cierto sentido, el intento de construir un canon performativo es provocador, pero deviene inevitablemente lastrado por el compromiso con una lista particular de nombres, por muy abierta al cambio que esté. La relación entre canon y vanguardia (a la que el crítico literario Harold Bloom ha dedicado gran parte de sus esfuerzos teóricos a lo largo de toda una vida, argumentando en contra de lo que él identifica como “la escuela del resentimiento”, o sea, revisionistas de identidades culturales minoritarias) está determinada en primera instancia por la selección de un listado de nombres que se visibilizan y significan sobre el conjunto de los excluidos, con una genealogía histórica propia y , profundamente discutida, de manera que no es algo secundario el hecho de que la mayoría de las abundantes —y efímeras— propuestas canónicas contemporáneas, listas o catálogos de autores, sean cada vez más extensas e inclusivas, y huyen en la medida de lo posible de estructuras o configuraciones jerárquicas. Nos encontramos ante una posible construcción canónica posmoderna, aparentemente abierta, cambiante y compleja. Respecto de a su carácter antológico, cabe destacar que no se orenta hacia la selección de obras concretas, sino de prácticas, formas de hacer y tomas de posición que se ilustran y argumentan a través de ciertas piezas escogidas.

La “brújula política” es una heredera consciente del diagrama que dibujó Charles Jencks en Arquitectura 2000. (3) Frente a la diacronía característica de este último, la sincronía de la “brújula” configura “una ecología relacional de posiciones en este encuadre post-post-político, como si las posiciones políticas ahora se hubieran independizado de su linaje o de su propósito histórico para convertirse en posturas estéticas”. (4) Un enunciado clave que, paradójicamente, puede dar lugar a unas poco productivas malinterpretaciones de esta apuesta intelectual, donde la estetización —y no la politización— de las prácticas arquitectónicas constituiría el horizonte último. Una lectura regresiva de la tesis enunciada por Walter Benjamin en “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica” obliga a preguntarse por el devenir de esas posiciones políticas que se autonomizan como posturas estéticas. (5) A pesar de la potencia comunicativa inherente a toda forma estética, si ésta se vacía por completo de contenido para convertirse en una mera herramienta comunicativa o discursiva, ¿dónde queda su voluntad transformadora?

 

Charles Jencks,  The Century is Over, Evolutionary Tree of Twentieth-Century Architecture , The Architectural Review, julio de 2000.

Charles Jencks, The Century is Over, Evolutionary Tree of Twentieth-Century Architecture, The Architectural Review, julio de 2000.

Si en el diagrama evolucionista de Charles Jencks la categoría de “genio creativo” era todavía fundamental, siguiendo a Howard Gardner en Creative Minds, (6) el carácter diacrónico permitía identificar los momentos de dominio de cada una de las personalidades artísticas modernistas —parcialmente subsumidas en la fuerte presencia de los -ismos vanguardistas—, y destacaba el reconocimiento de que una mayoría del entorno construido escapaba a la autoconsciencia reflexiva característica de las prácticas culturales. En cambio, en la “brújula política”, como hemos visto, las etiquetas compartidas son categorizaciones políticas estetizadas y los nombres propios, o las denominaciones empresariales nominalistas, ceden protagonismo en beneficio de la proliferación de identidades o prácticas colectivas. Este reconocimiento visibiliza un hecho idiosincrásico incontestable de la arquitectura, la necesidad de un grupo más o menos amplio de personas trabajando conjuntamente para desarrollar una labor creativa de alta complejidad, técnica y política, en el interior de un mercado competitivo. Supone el reconocimiento explícito de la autoría colectiva, ante la anterior predominancia de la identidad individual creativa, valorización capitalista de lo que no es sino un trabajo en común; lo que podría derivar en la subversión, o radicalización (de raíz) del término corporación, cuyo significado primero es el de “organización compuesta por personas que, como miembros de ella, la gobiernan”, (7) en preferencia al segundo, pero mucho más extendido, que se refiere a una gran empresa transnacional. ¿Es posible aplicar ahora en otras direcciones un término tan marcado semánticamente? Lo que urge es repensar los formatos de organización del trabajo desde una comunidad afectiva y continua en el tiempo, para construir objetivos que difieran del mainstream y comenzar a plantear así nuevos contenidos. Otra corporación, que no encarne las demandas del mercado, sino las de los cuerpos que la componen y gobiernan.

En esta “selección de prácticas emergentes en todo el mundo”,(8) el uso extensivo del calificativo “emergente”, que denota aquello que emerge, o que está emergiendo sobre el conjunto, deja en suspensión, o proyecta una duda, sobre el carácter más o menos consolidado de las prácticas sancionadas, que parecen enunciarse como modelos en fase todavía de prueba o aprendizaje, a lo que ha de añadirse la connotación generacional que las acompaña, ya que siempre son terceras personas quienes así adjetivan. La prolongación indefinida de la caracterización “emergente” conlleva una serie de condiciones asociadas específicas de producción, en las que un cierto aura paternalista sobrevuela siempre por encima de las capacidades o cualificaciones, impidiendo o postergando su profesionalización de pleno derecho, y que depende, en última instancia, de la aceptación —o no—, del juicio de “los mayores”, y es subalterna en grado extremo de unas vías institucionales de financiación, donde la edad es a un tiempo requisito y hándicap. Huir de lo “emergente” pasa necesariamente por construir una auto-legitimación desde la práctica, aún cuando esta se torna imposible:

De hecho, la arquitectura construida se ha vuelto políticamente incorrecta, así que quizás no es mala idea buscar consuelo en los dibujos. O, tal vez, sea el hecho de que una nueva generación haya sido privada de las oportunidades profesionales que nosotros tuvimos y, realmente, tienen poco que hacer excepto dibujar. (9)

Un conjunto de prácticas “jóvenes” con una edad media de cuarenta años, donde la emergencia bien puede significar una condición generacional, disociada de su pretendida temporalidad, sedimentada en las derivas vitales precarias de aquellas personas nacidas, digamos —por señalar una fecha posible—, desde los años 70 en adelante. La imagen de “la flecha del tiempo” que acuñó Richard Sennett se ha quebrado, dificultando la construcción de una identidad vinculada al empleo que uno desempeña, en un aparente punto de no retorno que debería articularse como una característica colectiva a organizar, ensayando otras formas de emancipación posibles. La proletarización progresiva de las generaciones más jóvenes sitúa de nuevo en el centro del debate la autoconsciencia sobre la condición de clase que, hoy, ha de entenderse también como una “condición generacional”. La rotura generacional, es decir, el ensanchamiento de la distancia afectiva, la imposibilidad de la empatía entre las generaciones, gana visibilidad día a día, con particular intensidad en el Estado español, donde muchos de los intelectuales orgánicos de la Transición ironizan frecuentemente sobre la denominada generación millennial que, ante la falta de empleo, busca forjar su identidad dedicándose a la transformación activa del mundo.

El crítico de arte Hal Foster ha ensayado en su libro Bad new days una acepción diferente de “emergencia”, atravesada por lo precario (précarie) y su socialización, que se encarna en el “precariado” entendido como una clase no homogénea, sometida a la inseguridad y la incertidumbre. Afrontar hoy el estado de emergencia parte del reconocimiento de las relaciones de producción, e implica la urgencia, o necesidad, de un cierto tipo de trabajo: Foster cita a Brecht para recordarnos que no tenemos que “construir para los buenos viejos tiempos, sino para los malos nuevos”. (10) Muchas otras voces del pensamiento crítico contemporáneo están elaborando acepciones similares, donde las prácticas colectivas por venir han de entenderse desde la emergencia sistémica de nuestras actuales “condiciones materiales”; son ensayos que invitan a transitar en una dirección, aquella que va de la emergencia generacional a las prácticas de emergencia.  

Alejandro Zaera opone esta “nueva generación perdida” a la vieja “arquitectura con mayúscula”,  característica del neoliberalismo, empleando una denominación que recuerda la antigua dialéctica entre lo viejo y lo nuevo, pero también entre alta y baja cultura. La expresión “arquitectura con “A” mayúscula” dio título a una conversación sostenida entre Markus Miessen y Hans Ulrich Obrist hace ya unos años, en la que reflexionaban sobre posibles formatos alternativos de la práctica arquitectónica ante el desempleo creciente y la crisis disciplinar:

La arquitectura con “A” mayúscula ya casi no existe. No hay dinero, y la mayoría de proyectos grandes han sido devorados por promotores  multinacionales. Creo que si nos mantenemos dentro de los modelos del siglo XX, basados esencialmente en la arquitectura con “A” mayúscula, entonces la arquitectura y los arquitectos estamos a punto de fracasar… (13)

En un estado de emergencia, con una tensión constante entre profesionalización y desprofesionalización, la búsqueda de los referentes adecuados, junto a la invención de otros modelos asociativos y productivos, son ahora tareas apremiantes, aunque difícilmente se llegue a reconocer que la economía procede de actividades adyacentes o paralelas a la arquitectura, en el mejor de los casos:

Esto es algo que ha cambiado parcialmente dentro de mi generación, porque lo que antes se llamaba “profesión” ya no es comprendida como algo que está totalmente aislado. En cambio, ahora es algo mucho más flexible, ágil y con bordes porosos. Muchos de nosotros no estamos obteniendo nuestros ingresos desde la arquitectura en sí, pero nos consideramos arquitectos al hacer nuestro trabajo. (14)

Las prácticas de emergencia, en su búsqueda proactiva de nuevos formatos, se caracterizan por la inflación discursiva y la ampliación de los límites disciplinarios propios de la arquitectura. La disolución de las viejas fronteras, lo interdisciplinario o la liberación de lo que oprime intentando no perder, al mismo tiempo, el espacio donde poder ejercer fuerza. (15) Ya no se trata simplemente de levantar edificios, sino de encontrar la financiación necesaria para construir estrategias culturales conducidas por la arquitectura como forma de conocimiento, recuperando el necesario retorno social perdido, u olvidado.

 

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Imagen de portada: Ludwig Karl Hilberseimer, Highrise City (hochhausstadt) 1924.

(1) Alejandro Zaera-Polo, “Ya bien entrado el siglo XXI ¿Las Arquitecturas del Post-Capitalismo?”, El Croquis 187, Madrid, 2016. Sea o no una decisión consciente, el título y la voluntad del texto remiten directamente a “Entrados ya en el último cuarto de siglo…”, artículo seminal publicado por Rafael Moneo en el nº22 de Arquitecturas Bis (1978).

(2) Ibid, p. 254.

(3) Charles Jencks, Arquitectura 2000: predicciones y métodos, Blume, Barcelona, 1978 [1971].

(4) Alejandro Zaera-Polo, óp. cit., p. 255.

(5) Walter Benjamin, “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”, en Obras. Libro I/vol. 2, Abada, Madrid, 2008.

(6) Howard Gardner, Mentes creativas: una anatomía de la creatividad, Paidós, Barcelona, 2010 [1993].

(7) Primera acepción, Diccionario de la RAE, 2017.

(8) Alejandro Zaera-Polo, op. cit., p. 255.

(9) Ibid, p. 272.

(10) Hal Foster, Bad new days: art, criticism, emergency, Verso, Londres, 2015. Traducción propia.

(11) La cultura de la emergencia ha sido criticada por Irit Rogoff, quien ha defendido una transición de la noción de emergencia a la de urgencia, al entender que la primera es en exceso dependiente de las demandas e inercias estatales. Ver Irit Rogoff, “Turning”, e-flux journal #0, noviembre, 2008.

(12) Alejandro Zaera-Polo, op. cit., p. 256.

(13) Markus Miessen, La pesadilla de la participación, dpr-barcelona, Barcelona, 2014.

(14) Ibid, p. 280.

(15) “La arquitectura en sí misma ha dejado de ser un lugar privilegiado para el arquitecto. Más bien sucede al revés”. Peio Aguirre, “Espacios de arte como dispositivos”, Arquine No. 78, ciudad de México, 2016.