No se puede poner título a todo
Ernesto Morales Campero
En 2005 se realizó la Exposición Universal Aichi, Japón que giró en torno a la idea del amor a la tierra. Participaron 122 países incluido el anfitrión, e instituciones como la ONU, la Cruz Roja Internacional, la OCDE e ITTO (Organización tropical de maderas naturales).
El pabellón de México, además de fotografías e información acerca de la flora y fauna que habita lo largo y ancho del territorio, así como el trabajo artesanal de diferentes etnias y muestras de la herencia prehispánica, también incluyó diversos trabajos de artistas contemporáneos inspirados en la naturaleza. En aquella época trabajaba para Jan Hendrix, quien estaba invitado. Además de colaborar en la producción de la obra, tuve la fortuna ser el encargado de viajar a coordinar el montaje de la pieza, ya Jan no podía asistir. Fue así que durante diez días estuve trabajando en el pabellón mexicano.
Para la exposición se realizó una especie de parque de atracciones afuera de la ciudad, al que se llegaba en un tren electromagnético realizado ex profeso para el evento. El “parque” estaba compuesto de diferentes pabellones, ignoro cuál era el criterio que determinaba el tamaño de cada uno. Había pabellones grandes y pequeños, algunos muy vistosos, como una pirámide egipcia por ejemplo, mientras que otros eran bastante minimalistas o austeros. Se puede decir que se levantó una pequeña ciudad construida con maderas recicladas, desconozco de dónde salió tanta madera, pero seguro no era japonesa, ellos cuidan mucho de sus árboles. Había avenidas que serían utilizadas por peatones y bicicletas eléctricas, también un pequeño tren, todo rodeado de áreas verdes y un lago artificial en el centro. La “ciudad” estuvo ocupada por miles de trabajadores de diferentes nacionalidades que se encontraban ahí para el montaje. Como todo estaba en proceso, no se podía entrar a ningún pabellón, así que en mis ratos libres solo podía pasear por los exteriores.
Creo que una parte de mi trabajo como artista se origina en la observación, no puedo describir exactamente cómo funciona, no es que premeditadamente, ande por el mundo buscando cosas, simplemente en algún momento aparecen. Lo que sí puedo afirmar es que —en mi caso— aparecen cuando me encuentro más distraído. Son los sucesos o las cosas los que que me encuentran y no al revés. Algunos los utilizo para transformarlos en otra cosa, otros se vuelven tesoros que no necesitan ser algo más de que lo que ya son.
Un día que finalizaba mi jornada de trabajo, salí a fumar y me quedé viendo el atardecer en el lago, había mucho viento, lo recuerdo porque unos bambúes que hacían de muro de separación generaban un sonido al pasar el viento, mi cabello bailaba y mi cigarro se consumía rápidamente. En el lago se producía un oleaje sutil, mientras lo observaba, de pronto comenzaron a aparecer pequeñas luces en donde daba el sol del crepúsculo. Parecía como si la puesta del sol y el viento se hubieran sincronizado, las luces se multiplicaron. Así que tomé la cámara y grabé parte de este suceso, que desapareció tan repentinamente como había aparecido.
Más tarde, cuando reproduje el video en mi cámara, me di cuenta de que un afortunado accidente había ocurrido. Como la luz pegaba directamente en el lente, unas líneas rosadas se proyectaban cada vez que aparecía un brillo, y se formaba una suerte de partitura visual. Me pareció que ese evento expresaba más amor a la tierra que todos aquellos grandilocuentes pabellones, porque en ese momento sentí aquel amor.
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Duración 12 seg.
Video con sonido.